martes, 26 de mayo de 2020

Malasombra desescalando.

   Se acabó el confinamiento, entramos en las fases de la desescalada y yo he establecido las mías.

   FASE 1
   Se permiten reuniones de hasta diez esbirros para planificar actos delictivos.
   No se podrán cometer delitos fuera de la provincia.
   Se podrá celebrar el éxito de las actividades ilegales en terrazas.
 
   FASE 2
   Se podrán pintarrajear el 33% de los cuadros de los museos.
   Se podrán asaltar establecimientos de más de 400 metros siempre y cuando los asaltantes no sean más de quince y lleven mascarillas.
 
   FASE 3
   Se podrá acudir a cines  para molestar a los espectadores con móviles encendidos mientras se proyectan las películas.
   Se podrá acudir a los teatros para tirar tomates maduros a los actores y actrices. En el caso de los espectáculos musicales se podrá tocar el bombo mientras actúan.
   Si por cualquier circunstancia los responsables de los locales se quejasen del mal comportamiento se les podrá agredir con guantes.

   NORMAS GENERALES PARA TODAS LAS FASES
   Es muy importante que después de cada agresión nos lavemos las manos con jabón o geles desinfectantes.
   Las armas han de ser desinfectadas antes y después de salir de casa. El dinero, joyas y otros objetos robados también han de seguir el mismo protocolo.
   Dado que los besos, abrazos y cualquier gesto de afecto ya estaban mal vistos antes del coronavirus no hay necesidad de cambiar nada. Siguen estando prohibidos.

   Bueno, estas son las ideas generales, pero me reservo el derecho de cambiarlas a mi antojo. Creo que me voy a una terraza a tomarme algo, aunque no estoy seguro. ¿Estaré afectado por el síndrome de la cabaña? llamaré a Fredesvindo para que me ayude.

   -¿Que desea el señor?
   -¿Tenemos algún psiquiatra o psicólogo entre los prisioneros?
   -Lo más cercano es un descendiente de Freud. ¿quiere que lo traiga?
   -No, déjalo, seguro que dice que la culpa es de las madres y de los padres. Mi problema, Fredesvindo, es que creo que estoy afectado por el llamado síndrome de la cabaña y me da un poco de miedo salir a la calle. ¿A ti no te pasa?
   -No, llevo años sin salir, le recuerdo que usted me secuestró cuando era niño y desde entonces no he pisado la calle.
   -Sí, ya lo recuerdo. Anda que no llorabas ni nada. ¿Que pensarías si te ofreciese la libertad?
   -No sabría que hacer con ella, señor.
   -Me lo imagino y por eso no pienso hacerlo. No hace falta que me des las gracias. Puedes retirarte.

   Mi mayordomo se marchó y tuve que enfrentarme a mis miedos yo solo, como siempre. Los primeros pasos fueron los más difíciles. Caminaba mirándolo todo a mi alrededor con recelo. Llegué a la primera terraza y me senté. La camarera no tardó en acercarse y preguntar:

   -¿Qué le pongo?
   -¡Setenta cervezas! ¡He de recuperar el tiempo perdido!

   Creo que me conocía porque ni siquiera se extrañó y comenzó a traerlas una tras otra mientras yo me las bebía...

   Una, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez...

   Diez horas estuve en la UCI por coma etílico. Menos mal que ya no están saturadas. Una enfermera me sonrió cuando desperté. Bueno, como llevaba mascarilla más bien lo adiviné por el tono de su voz cuando me dijo:

   Malasombra, bienvenido a la nueva normalidad.

   Santi Malasombra.
 
   
 

lunes, 4 de mayo de 2020

Malasombra confinado III

   Sigo confinado en mi castillo y, sorprendentemente, me estoy portando bien y respetando las normas. ¿Quién me ha visto y quién me ve? Los niños ya pueden salir y tal y cual, pero se lo he estado ocultando a mi hija porque todo tiene un límite y sería deshonroso que alguien nos viera paseando juntos por la calle sin cometer delitos. 
   El problema es que me aburro. Llamaré a Fredesvindo, mi mayordomo, para ver si tiene alguna idea.

   -¿Me ha llamado el señor?
   -Sí, Quiero que me de alguna idea para entretenerme.
   -Podríamos jugar al ajedrez.
   -¿Sabes jugar?
   -Sí, señor, y modestamente no se me da mal.
   -Bueno, eso no importa porque creo que eres lo suficientemente inteligente para no ganarme.
   -Por supuesto, señor.
   -Bien, para hacerlo más interesante utilizaremos las baldosas del porche como casillas y a 32 prisioneros como figuras. ¿Tenemos suficientes?
   -La verdad, señor, es que en estos momentos sólo contamos con 31. El último falleció ayer por culpa de su hija. 
   -Llámala y que se presente ante mí.

   A los pocos minutos llegó mi hija cuyo nombre no consigo recordar. Sí, podría preguntárselo, pero podría malinterpretarlo y pensar que me intereso por ella. 

   -¿Qué quieres, papá?
   -Me he enterado de que has matado a un prisionero. No voy a castigarte, pero quiero que me cuentes cómo pasó. 
   -¿No vas a castigarme? ¡Vaya mierda de padre! Fue un accidente. Estaba estudiando cuánto tiempo puede aguantar un humano sumergido bajo el agua, pero me olvidé de quitarle la bola de hierro que llevaba atada a la pierna antes de arrojarlo al pozo.
   -¿Para qué querías esa información?
   -Pues para perfeccionar mis métodos de tortura.
   -¡Buena chica! El problema es que ahora nos falta uno para jugar al ajedrez viviente.
   -Puedes pedir algo a domicilio y secuestrar al repartidor. 
   -No está mal. Eres muy inteligente.
   -¿Qué te pasa, papá? Me has elogiado dos veces seguidas. 
   -Nada, ha sido un desliz. No volverá a pasar. Puedes retirarte, hija.
   -De acuerdo, pero antes quiero hacerte una pregunta. ¿Porqué nunca me llamas por mi nombre?
   -Porque no lo sé y confieso que tampoco sé tu edad.
   -Tengo ocho años y me llamo Concepción, como mi madre. 
   -¡Es verdad! ¡Concepción! Ya ni me acordaba de tu madre.
   -¿Dónde está? Acaba de pasar el día de la madre y me acordé mucho de ella. 
   -No lo sé, pero sí puedo decirte que te quiere muchísimo y yo te malcrío y te trato con desdén para compensar ese amor.
   -¿No sabes nada de ella? ¿Porqué me abandonó si tanto me quiere?
   -No te abandonó, Concepción, yo la obligué a marcharse y te escondí para que no pudiese llevarte con ella.
   
    Por primera vez en mi vida vi como mi hija lloraba de tristeza mientras me miraba con un odio distinto al habitual. No sé porqué, pero me sentía culpable. No dijo nada más y se marchó. Me quedé como esos gilipollas que sienten remordimientos. Fredesvindo rompió el incómodo silencio:

   -Señor, ¿vamos a jugar al ajedrez? 
   -No, voy a salir, tengo cosas que hacer. Puedes retirarte.

   Horas más tarde me encontraba frente a una casa que me resultaba familiar. Sí, estaba frente a la vivienda de la madre de mi hija. Llamé a la puerta y me abrió. Nada más verme se lanzó sobre mí pegándome con todas sus fuerzas mientras preguntaba por su hija. No dije nada, porque no fue necesario. La cogí por el cuello con una mano y con la otra le puse un pañuelo con cloroformo en la boca. La llevé en brazos hasta mi coche y volví al castillo. Ya estaba recuperando el conocimiento cuando llegamos.
   
   -¿Qué hacemos aquí? -preguntó asustada.
   -Bueno, ¿no echas de menos los buenos ratos que pasamos aquí?
   -¡Y una mierda buenos ratos! Eres malvado, repugnante y no tienes corazón. Por eso te abandoné. 
   -Sí, claro, aunque nunca te hice daño tú sufrías por los demás. La verdad es que me alegré mucho al perder de vista a alguien tan asquerosamente bueno, pero eso ya no importa. 
   
   La llevé ante la puerta de la habitación de su hija y llamé a la puerta. Abrió y se encontraron cara a cara. Creo que las dos comprendieron inmediatamente quiénes eran porque se abrazaron entre sollozos. Me alejé porque no quería ser testigo de algo tan deleznable. 

   Minutos más tarde entraron juntas al salón. Yo estaba tomando una copa de Brandy y fumando un puro sentado en un gran sillón. Ni fumo ni me gusta el Brandy, pero esa imagen mola mucho.

   -¿Y ahora qué? -Preguntó la madre de mi hija.
   -Sois libres. Podéis hacer lo que os apetezca. 
   -¿Porqué haces esto, papá? -dijo mi hija.
   -Porque es lo mejor para ti y para tu madre. Y ahora largo de aquí antes de que me arrepienta. Podrás volver siempre que quieras o necesites algo, pero tu sitio no es este. Lo único que te pido es que no olvides hacer alguna maldad de vez en cuando para recordar a tu padre.

   Las dos únicas personas por las que alguna vez tuve la debilidad de sentir algo salieron de mi castillo y me quedé solo. Bueno, con 31 prisioneros a los que torturar y así olvidar cuanto antes la amarga experiencia de realizar una buena acción. 

   Al saber lo que había pasado, Fredesvindo me preguntó desconcertado.
   
   -¿Porqué lo ha hecho, señor?

   -Porque recordé que yo también tuve madre.

   Santi Malasombra

   

   
   

   

domingo, 19 de abril de 2020

Malasombra confinado II

   Sigo en confinamiento, aunque con tanta visita a la cocina podría decir que estoy en congordamiento...Lo reconozco, es un patético intento de chiste. Debo pagar por ello. Voy a llamar a mi mayordomo. No tengo campanilla para requerir su presencia así que tengo que recurrir a un cañonazo.

   -Señor Malasombra -dijo una suave vocecilla precedente de un bicho que agitaba sus alas- soy Campanilla, una hada mágica y puedo avisar a su sirviente si usted quiere.

   -¿Te has creído que soy Peter Pan o qué? -dije mientras la atrapaba con mis manos asquerosamente limpias.

   Cargué el cañón con pólvora y una bola de hierro y prendí la mecha. Sí, ya habréis adivinado que Campanilla también formó parte de la munición. Pobre hada, descanse en paz.

   Fredesvindo acudió rápidamente desde la habitación contigua. En realidad se llama Pepe, pero le cambié el nombre porque Fredesvindo es más gracioso.

   -¿En qué puedo servir al señor? -preguntó.

   -Mira, Fredesvindo, he intentado hacer un chiste y me ha salido muy mal, necesito que me des un guantazo para que no vuelva a cometer ese error.

   -Seguro, señor, que el chiste era buenísimo -dijo aterrado porque sabía que luego iba a castigarlo duramente por pegarme.

   En ese momento entró mi hija a la cocina y preguntó qué pasaba. Se lo conté y se ofreció a castigarme ella.

   -Hija, tú eres muy pequeñita y no me harías daño.

   No me dio tiempo a reaccionar cuando vi su malvada sonrisa y ese brillo especial de sus ojos. El rodillo de amasar pan ya volaba hacia mi cabeza cuando quise darme cuenta de sus intenciones. Estuvo a punto de dejarme inconsciente, pero conseguí mantenerme en pie y, además, no hubo sangre.

   -¿Ves, hija? Tú no eres mayor todavía para hacerme daño de verdad.

   -Voy a por mi machete y ya verás -dijo indignada.

   -No, déjalo y vete a jugar.

   -¿Puedo llevarme a Fredesvindo?

   -Sí, pero recuerda que lo necesitamos vivo.

   Se marchó algo enfadada, pero al menos se consoló al ver la cara de terror de mi mayordomo.
Me quedé solo en la cocina y decidí salir al jardín para relajarme un poco. Soy uno de esos privilegiados que tiene un espacio verde en casa. Bueno, lo de verde es un decir. En realidad no hay más que tierra porque corto cualquier intento de vida vegetal. ¿Hay algo más deprimente que los arbolitos, las plantitas o las florecitas?

   Caminé durante un buen  rato cuando de repente vi una diminuta brizna de hierba que intentaba crecer. La corté rápidamente y fue entonces cuando me sentí mejor. Ya era hora de volver a la cocina para hacer pan como todos hacéis estos días. En ese momento me di cuenta del tremendo error que había cometido al sacrificar a Campanilla. Ella podría haberme llevado hasta Peter Pan y lo habría metido al horno...Por lo del apellido Pan, ¿entendéis?

   ¡Jo! ¿Otra vez intentando hacer gracia? No me puedo permitir estos deslices. Agarré yo mismo el rodillo de amasar y me di en la cabeza tan fuerte como pude con la esperanza de perder el conocimiento.

   Lo conseguí, dulces pesadillas...

   Santi Malasombra
 

lunes, 6 de abril de 2020

Malasombra confinado

   Por fin he logrado salir y resulta que estáis en cuarentena por no se qué virus. ¿De qué os quejáis? A mí me han tenido meses encerrado porque el Santi no estaba de humor. ¿Qué culpa tengo yo de sus traumas? A veces pienso que lo que necesita es un buen guantazo para que espabile. Bueno, a veces, no, siempre es aconsejable pegarle, aunque ahora tenga que ponerme guantes para hacerlo.

   El caso es que estoy libre, pero no puedo salir de mi castillo. Tampoco me supone un problema porque tengo cosas con las divertirme. Por ejemplo, ayer bajé a los calabozos y comuniqué a mis prisioneros que los iba a liberar. ¡Estaban tan contentos! Abrí sus celdas y les indiqué el camino para salir. Lo que no sabían es que ese camino es circular y que les devolvió directamente a la sala de las mazmorras. No os podéis ni imaginar sus caras de decepción y tristeza. Lo que sí habréis adivinado es que lloré de la risa mientras los observaba.

   Mis carcajadas fueron tan estruendosas que desperté mi hija y me preguntó qué pasaba. Se lo conté y se enfadó muchísimo...porque no la había avisado. Dijo que ella también tenía derecho a pasar un buen rato. Alguna vez os he hablado de mi hija. No sé cómo se llama ni que edad tiene, pero es casi tan malvada como yo y la soporto por eso.

   Para compensar la dejé que rompiese algunas cosas con la ametralladora que le trajo el otro día la asquerosa rata Pérez por la pérdida de uno de sus dientes de leche. Sí, para ella es una rata y no un ratoncito. Así se lo conté porque no me gusta educarla con esas chorradas que se les dicen a los niños pequeños. Evidentemente ella sabe la verdad y yo también, pero disimulamos por el bien de nuestra relación paterno filial. Cuando vació los cargadores me pidió que la dejase torturar a algún prisionero, pero le dije que esta semana no tocaba. Sólo la dejo hacerlo cada dos semanas para no malcriarla. Volvió a enfadarse, me pegó una patada en la espinilla y mientras me retorcía de dolor volvió a sus aposentos. Tengo que reconocer que si alguna vez caigo en la bajeza de sentir algo de apego por alguien, será por ella.

   Pues nada, aquí estoy intentando pasar el tiempo. Veo por internet que mucha gentuza da consejos para sobrellevar mejor el confinamiento. Leer, cocinar, ver series, escuchar música, hacer deporte en casa, bricolaje, mantener rutinas  y todo ese tipo de tonterías. Vamos a ver, gentuzas y gentuzos, ¿qué hay de malo en no hacer nada? La actividad está sobrevalorada. Yo reivindico el derecho a la vagancia. No me siento culpable y vosotros tampoco deberíais.

   Lo que sí lamento es que el virus ese esté matando a la gente. No me malinterpretéis, no es que de repente me interese la vida de los humanos, el problema es que a un fallecido no se le puede estafar, ni robar, ni pegar. Esa es la vida que echo de menos y la que quiero que vuelva lo antes posible. Os quiero a todos vivos y sanos para que el único mal de la humanidad sea yo. Por eso, seguid los consejos de las autoridades y quedaros en casa, que cuando llegue el momento ya me vengaré por toda esta situación con los que menos culpa tengan, claro.

   Bueno, os dejo hasta que el llorica del Santi me deje salir otro rato porque por desgracia estoy en sus manos. Manos que debéis lavar antes y después de aplaudir a las ocho de la tarde.

   Santi Malasombra

 

domingo, 10 de junio de 2018

No creo en la suerte

   Me levanto y voy al bar a tomarme un café. Un hombre entra vendiendo baratijas y le digo amablemente que no compro nada. Él insiste, pero me reafirmo en la negativa. Finalmente coge un llavero del que cuelga un pequeño elefante y lo pone sobre la barra.
   Es un regalo, me dice, para que te dé buena suerte. Evidentemente es un viejo truco de vendedor que cuenta con que no voy a ser tan miserable de no darle nada. Saco unas monedas, veo una de dos euros y se la doy. Bueno, tampoco pasa nada. Se marcha y yo termino mi café.
   Miro a la camarera que lo ha visto todo y después de pagar se lo regalo. Es muy bonito, dice. Me da las gracias y yo salgo camino del trabajo pensando en la anécdota. Yo no creo en la suerte, pero me asalta una duda irracional:
   ¿y si al desprenderme del llavero atraigo la mala suerte? ¡Tonterías! Termino mi turno y al salir descubro que tengo una rueda del coche pinchada. Tardo un rato en cambiarla mientras sonrío nervioso por la extraña coincidencia. En fin, si este es mi castigo, lo puedo asumir.
   Llego a casa y después de preparar la cena, me ducho. Al salir de la ducha, resbalo y caigo al suelo. En principio no parece grave, pero me doy cuenta de que me hecho daño en la mano. ¡Maldita sea! Creo que me he roto algo. Me visto como puedo y llamo a un vecino.
   No tarda en llegar y me lleva a urgencias. Después de una exploración el médico me dice que tengo la muñeca rota. En su informe dice que sufrí un accidente doméstico y el seguro laboral no lo cubre. ¡Podría haberme quedado el maldito elefante!
   Pasan tres días y vuelvo al bar. La camarera no está y pregunto a su jefe. ¿No te has enterado? Le han tocado sesenta mil euros en la lotería y se ha tomado unas vacaciones.Volverá en un par de semanas. Me alegré por ella, pero no dejaba de pensar en aquel llavero.
   ¿Qué habría pasado si me lo hubiese quedado? Bueno, nunca lo sabré. Como no puedo trabajar, todas las mañanas voy a leer al parque del pueblo. Mientras estoy sentado con mi libro se acerca otro hombre con sus baratijas. No compro nada, le digo.
   Insiste y vuelvo a negarme. Entonces saca un pequeño llavero con un elefante y me lo da diciendo que da buena suerte. Lo acepto y le doy dos euros sin dejar de pensar en lo que ocurrió con el anterior. Lo guardo en el bolsillo y sigo leyendo.
   Al terminar veo que en el banco de al lado hay una mujer con un niño pequeño que corretea feliz. La conozco y la saludo. Me pregunta sobre la escayola de mi mano y le cuento lo que me pasó en la ducha. Intercambiamos unas cuantas frases de cortesía y me despido.
   Apenas he dado tres pasos cuando me vuelvo y cojo el nuevo llavero. Toma, me lo ha vendido un hombre y no sé qué hacer con él. Dice que da buena suerte. Me da las gracias y me marcho. Llego a mi edificio y subo en el ascensor. De pronto, se para y me quedo encerrado.
   Pulso el botón de alarma y llamo con el móvil al número de la compañía de ascensores. Dicen que vienen enseguida. Me siento en el suelo y no puedo parar de reír y de repetir:
   ¡Yo no creo en la suerte! ¡Yo no creo en la suerte!

   Santi Malasombra