sábado, 23 de abril de 2011

Había un pelo en la sopa

       Llevaba todo el día sin probar bocado y tenía mucha hambre. Divisé un restaurante chino y entré, dispuesto a que me sirvieran un plato extraño cocinado con extraños ingredientes. Yo no como por placer, si no, por necesidad. Si por mí fuera, habría inventado una pastilla que, tomándola, acabase con mi apetito. Comer es una pérdida de tiempo y me sabe mal perderlo. ¡Con la cantidad de maldades que podría cometer durante la comida!
       En fin, el camarero me ofreció un menú y le dije que me sirviese lo que le diese la gana. Asintió y quedé esperando. Me trajo una sopa y la colocó en mi mesa. La verdad es que olía bien y me dispuse a probarla. Introduje los palillos en el plato y traté de comerla, me estaba resultando bastante complicado y al vigésimo intento, el pobre camarero se apiadó de mí y me ofreció una cuchara. Fue todo un detalle por su parte. Al ver la cuchara comprendí su utilidad. No os lo váis a creer, pero comer sopa con palillos es prácticamente imposible. Parece ser que en occidente el uso de los cubiertos es habitual, pero ¿cómo podía saberlo yo?, si siempre estoy encerrado en mi castillo y suelo comer con las manos.
      La primera cucharada me resultó apetitosa. Me zampé toda la sopa, que estaba compuesta por un caldo amarillo y una especie de pasta negra finísima. Terminé y después de pagar la cuenta, decidí felicitar a la cocinera por tan suculento manjar. Así lo hice, y al preguntar que tipo de pasta había usado me miró extrañada y me dijo que no había pasta, que era una simple sopa de pollo. Entonces, ¿qué eran esas tiras finas y negras que venían en el plato?, pregunté intrigado. La chica me miró avergonzada y llamó al camarero, éste me devolvió el dinero y me pidió perdón. Además me regaló una foto suya en la que posaba con otras dos chicas. Yo no entendía nada, pero a caballo regalado no le mires el dentado. La humanidad cada vez está más loca.... 
      
      

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