lunes, 2 de mayo de 2011

Malasombra viaja en el tiempo

       Ayer me encontraba en mi castillo y como me aburría, inventé una máquina del tiempo para viajar en el tiempo. Lógico, no iba a ser para hacer palomitas. El caso es que después de un par de horas lo conseguí y decidí probarla.
       El primer destino fue a 1580 a una prisión de Argél. Allí estaba prisionero un tal Miguel de Cervantes. Mi objetivo era conocer el funcionamiento de la cárcel, para aplicar los métodos turcos a mis futuros prisioneros. Pero, ya que estaba allí, hice amistad con don Miguel y le hablé de mí. Le conté que solía hablar con objetos inanimados, que estaba enfrascado en luchas imaginarias para el resto de la humanidad, pero reales para mí, que pertenecía al lado oscuro de la Fuerza...Esto último no lo entendió y para no perderme en explicaciones, le dije que era como una órden de caballería.
       Don Miguel me miraba interesado y asustado, porque no decirlo. Sin duda pensaba que yo era un preso que llevaba demasiado tiempo encerrado y que había perdido la cabeza. Finalmente, pagaron el rescate que pedían por él y se marchó. Mi presencia allí ya no tenía sentido y, después de retroceder unas décadas para conocer a Maquiavelo y solicitar su amistad en Facebook, puse rumbo a principios del siglo XVIII. Concretamente a una isla desierta. Necesitaba descansar de las penurias pasadas en el cautiverio. Además de los víveres necesarios, compré un libro para entretenerme. ¡Qué casualidad! El autor era mi compañero de celda.



       La verdad es que pasé un tiempo bastante agradable en aquella isla. Incluso conocí a un nativo muy simpático, que me ayudaba en las tareas domésticas. Pero, claro, yo me canso con facilidad de las cosas y me senté en una roca esperando un autobús de línea. Allí estuve varias semanas hasta que mi fiel sirviente, al que había llamado mártes, me dijo que en aquella isla no había transporte público. Ciertamente tenía razón. Recordé que seguía teniendo mi máquina del tiempo y me adelanté unos años hasta Europa. Tenía ganas de tomar una comida decente y entré a un restaurante. No había mesas libres y me preguntaron si quería compartir una. No puse objeciones y comí con un señor llamado Daniel Defoe, al que le conté mi experiencia en la isla. Después de comer dí un paseo por el campo y, como no había tomado postre, alcancé una manzana de un árbol y le dí un mordisco. Me percaté que tenía un gusano y lancé el fruto todo lo lejos que pude.
       Escuché un alarido y me dí cuenta que le había dado a un señor en la cabeza. Se acercó gritando e insultándome: ¡Maldito imbécil! ¡Te voy a romper la cabeza! ¡Como que me llamo Isaac Newton!
       Yo no tenía ganas de jaleo y activé mi máquina para viajar más adelante, concretamente a finales del siglo XIX. Lo primero que hice fue entrar en una librería y me sorprendí al ver un libro que me resultaba familiar. Sonreí para mis adentros, sin duda, mis aventuras estaban siendo productivas.



       Ya me estaba cansando de tanto libro y decidí inventar un juego para entretenerme: Unos tíos corriendo detrás de una pelota. Podrían competir entre sí y enfrentarse a equipos de otros países. Lo puse en marcha y dura hasta hoy. Por eso no es de extrañar que la competición deportiva más importante de Europa lleve mi nombre.
       Tengo que reconocer que esta nueva experiencia me ha gustado. Voy a guardar mi máquina del tiempo y podéis estar seguros de que volverá a aparecer. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario