domingo, 28 de agosto de 2011

La fiesta de Malasombra

       Mi nuevo personal había demostrado una falta de escrúpulos aceptable al ayudarme a escarmentar a la chica de la panadería. Pero debía comprobar que eran personas leales y discretas ante mis actividades malignas. Para ello se me ocurrió dar una fiesta en mi castillo. En realidad la idea se la robé a la Yaya María José, pero robar es aceptable según mi escala de valores.
       Afortunadamente no tengo amigos. Pero sí algunos conocidos que comparten mis ideales malignos. La lista de invitados es lo más fácil, aunque para completarla debo recurrir a la máquina malasombrina, capaz de viajar por el tiempo, por el cine y por la literatura. Tengo que ponerle un nombre a este asombroso artefacto. A partir de ahora la llamaré Cujo, en honor al simpático perrito de la novela de Stephen King.
       ¡Vaya delantera la de Sofia Vergara! Esto no tiene nada que ver con este post, pero tengo la tele enfrente mientras escribo y estoy viendo imágenes de Modern Family. Una serie mala, pero ¡cómo está la Sofia!
       Bueno, después de unos cuantos viajes mis invitados estaban llegando. Atila fue el primero, por supuesto con su caballo. El Cardenal Richelieu con la adorable y maligna Milady de Winter. El pirata Barabanegra y algunos de sus hombres, con sus elegantes modales. Hannibal Lecter y su  divertida conversación. Norman Bates, que se disculpó por no haber traído a su madre, parece ser que estaba algo indispuesta. Lex Luthor, un personaje que nunca consigue sus propósitos, pero su perseverancia en hacer el mal merece mi admiración. Un inspector de Hacienda y 2 ó 3 invitados más que iban a colaborar conmigo durante la fiesta.
       Después de tomar una copa de vino Don Simón les invité a sentarse a las mesas, que estaban dispuestas frente a un improvisado escenario que iba a servir para que un par de artistas amenizaran la velada. Yo odio la música, por supuesto, y consulté cuales eran los más famosos hoy día. Me dieron dos nombres: Justin Bieber y Lady Gaga. Ni me sonaban los nombres, pero los contraté.
       Después de que los criados sirviesen los aperitivos, cebolla cruda cortada en dados y hormigas salteadas con mantequilla caducada, dieron comienzo las actuaciones.
       El primero en salir fue Justin Bieber, aunque después de verlo tenía dudas de si se llamaba Justin o Justina. A los pocos segundos de empezar a cantar, mis invitados hicieron gestos de disgusto. Dirigieron hacia mí sus miradas como buscando una explicación, pero enseguida los calmé:
       -No se preocupen, que la actuación no ha terminado, ahora viene lo bueno.
       Le hice un gesto, previamente pactado, a uno de mis cómplices. Un bonito muñeco que a veces cobra vida y después de aparecer sobre el escenario le dije:
       -Adelante Chucky, todo tuyo o tuya, sea lo que sea lo que canta.
       Bastó la primera puñalada para que ovacionaran la actuación sorpresa. Los ánimos y el jolgorio aumentaban con cada pinchazo del puñal oxidado. Cuando acabó el trabajo y sólo quedaba una masa amorfa y sanguinolienta sobre el suelo, el aplauso fue descomunal y unánime. Estaba contento, mis invitados se divertían.
       Después de que el servicio recogiese los restos para dárselos a los buitres, que también tienen derecho a comer, decidí que era hora de servir el plato principal de la cena: Mis cocineros habían preparado unos cuantos murciélagos al horno y mientras comían di paso a la actuación principal.
       Apareció Lady Gaga, que había permanecido en su camerino ajena a lo sucedido. Le pedí que actuase con un vestido de su colección: uno compuesto de carne cruda con la que la había visto en una foto y así lo hizo. Enseguida atrajo todas las miradas. Yo sabía que el asqueroso menú que había dispuesto les iba a dejar con hambre. Fue Hannibal Lecter el primero en levantarse, pero le dije que tuviese paciencia que enseguida haríamos carne a la brasa. Lady Gaga dejó de cantar y miró horrorizada a un señor que subía al escenario, seguido de unos cuantos sirvientes que portaban unas barbacoas portátiles y unas parrillas. Aquel señor era un parrillero de reconocido prestigio. Se lo presenté:
       -Señorita Gaga, le presento al señor Torquemada. Va a tener usted el honor de que su traje sea cocinado por él. No se preocupe, la dejaré marchar con vida. Es posible que necesite sus servicios más adelante. Por cierto, no espere usted al señor Bieber, que ha tenido un contratiempo.
       Dispuse un biombo y un albornoz para que se quitase el vestido y estar a salvo de miradas lascivas, por encima de todo soy un caballero. Después de desprenderse de su vestido la amenacé para que guardase silencio y pagué generosamente por su "actuación"
       El señor Torquemada tenía su carne, ya podía cocinarla con la ayuda de otro invitado que la cortaría en trozos adecuados, Freddy Krueger, que había llegado tarde porque estaba en los sueños de alguna jóven divirtiéndose. Este Freddy, siempre tan informal, pero se hace querer el pobre.
       Después de tener el estómago lleno, mis invitados formaron los típicos corrillos para charlar de sus cosas. Sin duda la fiesta había sido un éxito. El único que se quejó fue el bueno de Lecter, que hubiese preferido comerse a Lady Gaga, pero tuve la precaución de guardar los riñones de Justin Bieber y se los ofrecí. Los cocinó el mismo y quedó satisfecho finalmente.
       Ya de madrugada, mis invitados abandonaron mi castillo. Sólo quedaba una cosa, reunir a mis sirvientes y lanzarles una advertencia:
       -Ya conocen mi forma de actuar, ¿algún problema? ¿alguien quiere dejar este trabajo?
       -No señor.-respondieron al unísono.
       -Bién, pueden retirarse.
       Yo también lo hice, satisfecho por haber dado aquella maravillosa fiesta.
      
      

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