domingo, 15 de abril de 2012

Malasombra, Lincoln y el Titanic

   Dormía plácidamente en el suelo de una taberna escocesa. Me incorporé como pude y miré a mi alrededor. Ya no había nadie a excepción del señor tabernero que me miraba sin interés. Seguramente estaba acostumbrado a estas degradantes escenas. Salí del establecimiento desorientado y resacoso. Me senté en un banco y traté de ordenar mi memoria:
   Estaba limpiando la máquina del tiempo que inventé. Tenía programada una fecha y un lugar. Concretamente el 14 de abril de 1865, teatro Ford en Washington D.C. Aquel día se representaba la obra "Our american cousin". Había leído en alguna parte que aquella comedia tenía un final inesperado y trágico. No sabía de qué iba aquello, pero algo que empieza bien y acaba mal es digno de ser visto por mi. Tenía previsto viajar en unos días, pero pulsé el botón por error.
   Aparecí en las inmediaciones del teatro sin estar preparado. No tenía dinero ni conocía a nadie, pero ya que estaba allí decidí asistir a la obra. Comencé a merodear para encontrar la forma de entrar al teatro. Al cabo de unos segundos divisé en el suelo un objeto metálico, lo recogí resultó ser una pequeña pistola, concretamente una Derringer. Bueno, estaba claro que la buena suerte me acompañaba. Me aposté en una esquina esperando a alguien a quien poder atracar y así conseguir dinero para pagar la entrada. Enseguida apareció un señor que caminaba apresuradamente, lo encañoné y le pedí que me entregase todo el dinero que llevase encima.
   -Señor, no llevo mucho dinero encima- dijo con cierta tranquilidad- además esa Derringer es mía, la había perdido y se que está descargada. Llevo la munición en el bolsillo.
   -¡No jodas! Verás, sólo quería lo suficiente para entrar a ver la obra de teatro.
   -Bueno, podemos llegar a un acuerdo. Yo le pago la entrada, usted me devuelve el arma y aquí no ha pasado nada.
   -Pues me parece un buen trato. Aquí tiene su pistola.
   Aquel hombre la cogió y me invitó a seguirle hasta la taquilla del teatro. Compró dos entradas, me entregó la que me había prometido, me ofreció su mano y se la estreché.
   -Un placer amigo, ¿cómo te llamas?
   -Me llamo John Wilkes Booth.
   -Yo me llamo Malasombra, ¿nos sentamos juntos?
   -Me gustaría amigo Malasombra, pero tengo una cita en un palco con Abraham Lincoln para entragarle un regalito.
   -Muy bien John, ya nos veremos por ahí. ¡Suerte!


      ¡Menudo lío se armó! Salí del teatro rápidamente para volver a mi época y así lo hice. Apareciendo en Escocia y fue cuando entré en aquella taberna, pedí un whisky y después de unos cuantos reté a un lugareño a beber. Evidentemente ganó la apuesta. Pero, ¿cúal fue la apuesta?
   Al ver mis pies desnudos recordé la apuesta. Nos jugamos los zapatos. No quería volver a la actualidad descalzo y tuve que volver a utilizar mi máquina para encontrar un calzado adecuado.
Unas zapatillas John Smith estaría bien. ¿Dónde encontrarlas? La verdad es que me sonaba mucho un nombre: Edward John Smith, capitán del Titanic. Estaba claro mi destino y hacia allí dirigí mis pasos.
   Aparecí en el puente de mando del gran barco. El Capitán John Smith estaba allí y me preguntó quién era yo. Le contesté que era el maldito Malasombra y que necesitaba unas zapatillas de las suyas. Contestó con cierta perplejidad que no sabía de qué estaba hablando. No me quedó más remedio que secuestrar el puente de mando.
   La radio Marconi avisó de la presencia de icebergs en la zona, pero obligué al capitán a ignorar las advertencias. Le dije que venía del futuro y que no habría problemas. Me creyó el pobre incauto. De pronto, se escuchó un golpe y se sobresaltó. le pegué un puñetazo para tranquilizarlo y volví a reclamar las zapatillas John Smith. El capitán me ofreció sus zapatos, pero no me convencían y seguí con mis planes. Hasta que no consiguiese unas zapatillas no pensaba abandonar aquel barco. Intentó resistirse a mis exigencias y se avalanzó sobre mí, pero pude reducirlo gracias a las lecciones que había aprendido de mi maesto Darth Vader.
    La situación era muy complicada. Aquel enorme barco empezaba a inclinarse peligrosamente. Estaba claro que yo era el responsable por haber evitado que hiciesen caso de los mensajes de radio. Aquella situación se me escapaba de las manos y opté por la única solución posible: Debía huir de allí y que el destino siguiese su curso. Volví a usar mi máquina del tiempo y regresé a la actualidad.
   ¡Qué alivio! ¡Estaba en mi castillo! Recapitulé lo que había sucedido: Por un lado estaba la agria situación de volver después de perder mis zapatos en una apuesta. Por otro lado la dulce sensación de haber ayudado al asesino de Linconl y conribuir al hundimiento del Titanic. Pero de lo que me sentía más orgulloso es de haber contribuido 100 años después de que se hundiese el enorme barco, a perpetrar una de las peores y más cansina, abominable y asquerosa de las canciones de la humanidad. Evidentemente, si yo no hubiese estado allí el barco no se habría hundido y no se hubiesen hecho películas sobre el Titanc. El sufrimiento que provoca Celine Dion con su infumable canción es mi recompensa. De Kate Winslet no voy a decir nada, que me gustan sus curvas y no me importaría desayunar con ella después de una apasionada noche. Soy consciente de que muchos me odiaréis de por vida, pero os voy a dejar con la susodicha canción. ¡Qué Dios me perdone!


  
                                                                                                             

2 comentarios:

  1. Maldita sea, Malasombra; Nuestros destinos se vuelven a cruzar. Y ahora es por causa de la misma mujer. Celine es mía, solo mía. El interesado con el que convive solo busca la comodidad del dinero y estoy convencido que no sabe amarla como merece. Nos veremos muy pronto.

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    1. Vidal, Celine es toda tuya. Yo no la amo, la odio con todas mis fuerzas. Bueno, su música, que la chica no me ha hecho nada. Nos vemos.

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