lunes, 20 de agosto de 2012

Malasombra el ermitaño

   Ya estaba en el rudimentario refugio de montaña. En plena naturaleza salvaje y alejado de la civilización.

   Vamos a ver, Malasombra. Una cabaña de piedra muy limpia y un bonito porche de madera para tomar el fresco al atardecer. Naturaleza, si, pero de salvaje nada, que no estás en el Serengeti ni en el Amazonas. Estás en Murcia. Además, de alejado de la civilización, nada de nada. A ocho kilómetros hay un pueblo con supermercado y un par de bares.

   Lo primero que debía hacer es poner en órden las armas que llevaba conmigo para hacer frente a los peligros que pudiesen surgir. Debía estar preparado. La primera tarea consistió en explorar el terreno para encontrar agua potable y comida.

   ¿Qué armas? Pero si llevabas una navaja suiza de mercadillo. ¿Agua? Si tenías dos garrafones de ocho litros del Carrefour. ¿Comida? Si te has ido para tres días y llevas seis latas de comida preparada, pan de pueblo de un kilo, frutos secos, café, pan tostado, una botella de aceite y una petaca de whisky.

   Después de la exploración del entorno hostil, escuché los primeros sonidos que me indicaban la peligrosidad de mi aventura. Los animales del entorno acechaban. Me sentía observado por ellos. Sabía que a la primera oportunidad se avalanzarían sobre mi para devorarme.

   Lo único que podían observar los pájaros que cantaban en los pinos era a un imbécil paseando y el único ataque que podías esperar es que te cayese en la cabeza alguna cagada de gorrión.

   La noche se estaba acercando y me parapeté en la entrada del refugio como pude. Me sentía incómodo, pero debía estar vigilante. De pronto un desgarrador sonido me sobresaltó y no tuve más remedio que entrar en el refugio y bloquear la entrada.

   ¿Incómodo? Te sentaste, bajo el porche, en una silla con las piernas apoyadas en una mesa contemplando el maravilloso anochecer y disfrutando de un aire sano y fresco. El ruido lo hizo tu estómago y entraste en la cabaña cerrando tranquilamente la puerta.

   La situación era crítica. Encerrado y con los viveres que había conseguido reunir, recordé que una de las claves de la supervivencia era comer algo caliente para estar alimentado y tener fuerzas suficientes para defenderme. Necesitaba hacer fuego y recordé las técnicas que aprendí en las Guerras Púnicas, en las que luché durante uno de mis viajes en el tiempo.

   ¡Maldito Malasombra! Me estás poniendo nervioso. Tenías una cocina de leña y habías recogido unos cuantos leños para ella. Usaste una caja de cerillas y colocaste sobre la parrilla una de las latas que llevabas. Te la zampaste, luego calentaste un poco de agua para echar un sobre de café y un azucarillo. Colocaste los restos en una bolsa de basura y volviste a salir para contemplar las estrellas hasta que te entró sueño.

   Las horas pasaban y debía dormir un poco. El sueño no es un buen aliado en las situaciones límite.
Me tumbé sobre el duro suelo en un rincón del refugio y cerré los ojos para espantar a los terrores nocturnos.

   Preparaste la cama con un juego de sábanas limpias que había en un armario y te tumbaste en el comodísimo colchón. Apenas tardaste dos minutos en quedarte dormido.

   Amanecía en aquel salvaje lugar y con todas las precauciones posibles salí al exterior, preparado para cualquier imprevisto.

   Te despertaste a primera hora, no llevabas reloj, pero ya estaba amaneciendo. Te lavaste la cara con agua de una de las garrafas. Te preparaste un café, echaste un poco de aceite a las tostadas que llevabas y te sentaste en la puerta a desayunar tranquilamente. Habías dormido como un niño. Sólo esperabas que la luz del día se hiciese más potente para dar un largo paseo.

   Permanecí tres largos días con sus noches en aquel infierno. Hasta que logré escapar y pude llegar a mi castillo. ¡La venganza será terrible!

   ¿Venganza? ¿De qué?¿Infierno? Malasombra, necesitas un psiquiatra. Afortunadamente, esos días que has pasado en la más absoluta soledad si me han servido a mi. Que, aunque te olvides a menudo, viajamos juntos. Como Santi, no puedo decir que aquello fuese un paraíso, pero puedo afirmar que ha sido una buena experiencia.
   Pensaba escribir cosas profundas y trascendentales en aquel lugar. Llevaba papel, bolígrafo y toda la tranquilidad del mundo, pero reconozco que no he escrito ni una sola línea coherente. Me he limitado a descansar, pasear y ¿pensar?.
   Ha sido agradable, pero he descubierto que no estoy hecho para la soledad.

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