domingo, 10 de marzo de 2013

Un domingo cualquiera.

   El domingo es un buen día que está entre el sábado y el lunes. Yo suelo madrugar para hacer mis deberes y conseguir ganarme un puesto en el infierno. Cuando amanece ya he llenado de chinchetas los bancos del parque. Siempre es divertido observar los saltos que pega la gente al sentarse. Deberían agradecérmelo porque no cabe duda de que los despierto del todo. Después intento entrar en un bar a desayunar. Digo intento, porque ya me conocen y no me dejan, pero las discusiones y los insultos son muy alentadores y me animan a seguir con mi labor dominical.

    Hablando de dominicales. Los repartidores de prensa suelen dejar en la puerta de los kioskos los periódicos del día muy bien ataditos. Lo agradezco mucho porque al estar juntos facilitan mi labor (nota mental: no volver a pinchar las ruedas de las furgonetas de los repartidores durante un mes).. Lo que hago es llenar de pegamento uno de los lados del paquete y así quedan unidos. La unión hace la fuerza, dicen. Si luego no pueden despegarlos que no me hubiesen enseñado la frase esa de la unión. No es culpa mía. Soy una víctima del refranero. Luego me dedico a los infames y degenerados que se dedican a hacer footing por un circuito que el Ayuntamiento construyó entre árboles y flores asquerosas. El instinto me dice que lo aconsejable es detener sus carreras y pegarles, pero eso sería hacer ejercicio por mi parte y no estoy dispuesto. Me quedo con la bonita opción de atar un hilo de pescar entre los árboles para que tropiecen. No seáis mal pensados que en el fondo soy muy bondadoso, ya que pongo la trampa a la altura de los tobillos y no del cuello.

   Entre unas cosas y otras se acerca la hora del aperitivo y para eso me acerco a las entradas de los bares (Ya conté hace un momento que no me dejan entrar. ¡A ver si estáis atentos!) y echo mano de un cásico: explotar unas bombas fétidas para que no apetezca la tapa ni la cervecita.
Alrededor de las tres de la tarde, empiezo a estar cansado de la frenética actividad de la mañana. Vuelvo a mi castillo, como algo y, antes de mi siesta, hago una docenita de llamadas telefónicas aleatoriamente para molestar a esas horas tan complicadas. Me hago pasar por un comercial de yugos para bueyes e insisto hasta que me cuelgan. Ya veremos el día que consiga vender alguno. A ver de dónde lo saco, porque soy maligno pero hombre de palabra. Por fin me acuesto y duermo como un ceporro acompañada de terroríficas y agobiantes pesadillas. ¡Qué maravilla!
  
   Ya me levanté y ahora me siento en el ordenador a escribir chorradicas para hacer tiempo hasta que me entre hambre y pueda cenar. Tal vez luego me tome un café en un bar.

-Malasombra, pero si has dicho que no te dejan entrar y además has regañado a los lectores recordándoselo.
-Santi, quieres dejarme en paz. ¿Qué quieres? ¿Que rehaga todo el post? ¡No me da la gana!
-Hombre, Malasombra. Yo lo decía por la coherencia.
-¿Coherencia? ¿Esa quién es? Mira, Santi, yo no me meto en las moñadas que escribes en tu blog ese de la nieblanosequé. Haz lo mismo y respeta lo que escribo.
-Bueno, hombre, no te enfades. Ya me voy...
-¡Gilipo*****!

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