jueves, 15 de agosto de 2013

Malasombra y el cuento de don Camilo

   Acababa de cumplir trece años cuando visité Zugarramurdi. Ya había estado antes en ese mágico lugar con mis cuidadores, pero era la primera vez que lo hacía solo. La soledad me otorgaba el poder de la libertad y por esta razón aquella visita fue especial.
   Zugarramurdi está en el valle del Baztán, uno de los lugares más emblemáticos de Navarra. Numerosas grutas salpicaban aquel pueblo nacido de un viejo monasterio del siglo XVI, además de leyendas de brujería y aquelarres.
   Entré en una de las cuevas más grandes y sentí como si retrocediese en el tiempo. Imaginaba brujas ardiendo en hogueras y aldeanos insultándolas alrededor del fuego. Sentí como si fuese real. No puedo decir que tuviese visiones, pero me alejé tanto de la realidad, que perdí la noción del tiempo.

   Mi instinto me advirtió de que no estaba solo. Me giré a vi a un anciano sentado en el saliente de una roca. Puede que me sobresaltara un poco, porque el hombre se apresuró a decirme:
   -No tengas miedo, chico. Siento haberte asustado.
   -No me asusté, es que pensaba que no había nadie- contesté con fingida seguridad.
   -¿Es la primera vez que vienes aquí?- preguntó.
   -No, he venido más veces, pero siempre acompañado.
   El anciano se acercó a mí con una mirada tranquilizadora y me dijo:
   -Me llamo Camilo y vivo cerca de aquí. De vez en cuando vengo a sentarme un rato y suelo contar historias a los visitantes. A veces me dan propinas, pero realmente me gusta contar cuentos. ¿Te gustaría conocer alguno?
   -¿Son reales o inventados?
   -Bueno, hay de todo. ¿Cuáles te interesan?
   -Los reales.
   -Muy bien, chaval. Siéntate y escucha.
   Tomé asiento cerca de aquel hombre y presté atención a sus palabras.

   -Todo transcurrió a principios del siglo XVII. Muy ceca de aquí vivía una chica joven que era conocida en la comarca por su fealdad. Tenía toda la cara llena de granos y manchas. Ten en cuenta que la higiene en aquellos tiempos no era como hoy y seguramente tendría muchas infecciones. La muchacha se llamaba Carmela y se ganaba la vida cambiando la leche de unas cuantas cabras que poseía en el monasterio. Allí le daban algo de aceite, pan y alguna moneda. Nadie sabe la razón, pero poco a poco le fueron desapareciendo los granos y las manchas de su rostro. Los monjes se dieron cuenta y le preguntaban que estaba haciendo o tomando. La pobre Carmela no sabía qué responder, pues ella no hacía nada. En realidad estaba tan sorprendida como ellos. En unas pocas semanas se transformó en una de las chicas más bonitas de los alrededores.

   Cierto día visitó el monasterio la hija de un poderoso caballero, benefactor de la orden a la que pertenecían los monjes. La señorita se llamaba Cristina. Quiso el destino que coincidiesen las dos mujeres un día que Carmela fue a realizar el habitual canje de sus productos. Cristina no dijo nada, pero quedo fascinada por el cutis tan fino y perfecto que lucía aquella cuidadora de cabras. Preguntó a los monjes sobre la identidad de aquella chica y éstos le contaron quién era, pero además le informaron del prodigioso cambio que había experimentado en tan poco tiempo
.
   Cristina pidió que la hiciesen venir al monasterio para hablar con ella. Al día siguiente se presentó Carmela ante la noble señorita. Ésta le preguntó qué había hecho para lograr semejante cambio. Carmela dijo que no había hecho nada y que, sin duda, sería obra de Dios. Cristina no la creyó y pensó que la pobre pastora quería guardar su secreto y no compartirlo. Intentó convencerla con regalos, pero no conseguía la información. Era imposible, pues Carmela realmente no sabía nada.
De los regalos pasó a las amenazas, pero todo fue inútil. La echó del monasterio y juró venganza.

   Efectivamente, poco le costó a la poderosa señorita convencer al inquisidor de que tal cambio en el aspecto de Carmela se debía a la brujería. La acusó formalmente de bruja y Carmela fue apresada. La influencia de la familia de Cristina y la imposibilidad de Carmela de explicar el cambio de su aspecto, hizo que el juicio fuese rápido y la sentencia no podía ser otra: fue condenada a morir en la hoguera por brujería.

   Una tarde de agosto y en esta misma cueva se llevó a cabo la ejecución de Carmela. Asistieron gentes de los alrededores y, por supuesto, la poderosa Cristina estuvo en primera fila.
   Entonces ocurrió algo inexplicable. A medida que el fuego acababa con la pobre Carmela a Cristina comenzó a dolerle la cara. Se tocó y comprobó que unos enormes bultos salían de su cara hasta deformarla por completo. Cristina gritaba horrorizada y todos huyeron de ella. Ni siquiera los soldados que la escoltaban tuvieron valor para permanecer a su lado. Intentó acabar con aquella desesperación tirándose por un barranco, pero inexplicablemente resultó ilesa.
   Muchos años tuvo que vivir aquella poderosa señorita vagando por los montes y siendo objeto de burlas por todos. Intentó suicidarse en muchas ocasiones, pero no podía acabar con aquella maldición. Finalmente, sufrió una terrible muerte al ser devorada por una manada de lobos.

   Yo había estado escuchando aquel relato casi sin respirar y absorbido por las palabras de aquel anciano y cuando terminó, pregunté:
   -¿Esta historia es real?
   -Así es, chico, en este mismo lugar ocurrieron hechos extraordinarios y muchas mujeres fueron quemadas por brujería en aquella época. Veo en tus ojos que estás asustado. Quizá no debí contarte este cuento. Eres muy joven.
   Pero no era miedo lo que reflejaban mis ojos. Era una salvaje fascinación al imaginar a un ser humano consumido por el fuego y don Camilo lo comprendió cuando dije:
   -¡Debe ser bonito ver morir a alguien morir en una hoguera!
   Aquel buen hombre se levantó apresuradamente, balbuceó que se le hacía tarde y se marchó de allí con mucha prisa. Seguramente habría asustado a cientos de niños con sus cuentos, pero esta vez el asustado era él.
   Desde luego, las grutas de Zugarramurdi pueden impresionar a cualquiera.

miércoles, 7 de agosto de 2013

El chocolate a la taza está En Marcha

   He recibido un encargo por teléfono y voy a llevarlo a cabo. Está bien pagado y, si quiero dominar el mundo, necesito fondos.
   Ya he reclutado a unos cuantos ayudantes y estoy conectado con ellos. Además he sintonizado el programa "En Marcha" para comprobar el éxito de la misión.
   -Señor Malasombra, ya está sentado el señor Marín en su banco.
   -Perfecto, señor Aspersor. A mi orden te pones en marcha.
   -Ya lo hice.
   -Pero espera a que esté leyendo la prensa, que no hago carrera contigo. Si quieres que te consiga un puesto en un jardín botánico de prestigio, no debes cometer fallos....JAJAJAJAJA..."Clonmenú" dice el señor Aguilar...¡Qué grande! Bueno, señor Aspersor...¡Ahora!
   ¡Coño, los aspersores!
   Gran frase pronunciada por el señor Marín en antena. Esto funciona. dejo a mis espías camuflados como conductores de vehículos de limpieza para que sigan recopilando datos.
   Al día siguiente está todo preparado para continuar. Lo primero una nueva pasada de las máquinas para que se escuche su ruido en antena. Nada más conectar con el señor Altabás, se escuchan los ladridos de un perro y he de intervenir.
   -Señor Perro, todavía no. Espere a la sección de la tele para intervenir.
   -Guau, guau, guau...
   -Sí, ha molestado, pero esa no era su función. Recuerde que debe atacar al señor Altabás cuando se lo diga.
   -Guau!
   El repaso a la prensa continua su camino hasta que el señor Ruiz intenta contactar con Castellón. No hay respuesta. El perro que contraté está cumpliendo su trabajo. Lo recompensaré con un hueso ibérico. De pronto, suena la voz del señor Altabás. ¡No puede ser!
   -Señor Perro, ¿Qué ha pasado?
   -Guau, guau, guau...
   -¿Cómo que le ha caído simpático? Es usted un profesional y debe obedecer.
   -Guau, guau, guau...
   -Eso lo será usted...¡Despedido!
   Ya se acaba "El chocolate a la taza" y he de infiltrar a un nuevo agente. El conductor ha sido saludado por el señor Marín y no quiero que se descubra. Afortunadamente, el gato o gata, nunca lo tuve claro, está cerca y podrá seguir observando. Esperaré a mañana...
   Suena el teléfono y resulta que es la persona que me hizo el encargo.
   -Señor Malasombra, ¿a qué está esperando para hacer su trabajo?
   -Perdone usted, doña Persona. ¡Lo estoy haciendo!
   -¿Qué está haciendo?
   -Lo que me encargó: sabotear "El chocolate a la taza" y comprobar si sale en antena.
   -¡Imbécil! le dije: saborear un chocolate a la taza y comprobar si merece la pena.
   -Me parece que me quedo sin cobrar.
   -Es usted muy listo, señor Malasombra.

   ¡Jo! ¡Qué dura es la vida de los malignos como yo! ¡Señor, llévame pronto!