domingo, 6 de diciembre de 2015

Las cinco de la tarde

  Las cinco de la tarde. Suena el timbre que anuncia el final de la clase en aquel viejo edificio de pueblo. Niños corriendo, gritando y saltando. Manadas de chavales vamos a la huerta que rodea el pueblo y jugamos a los indios y vaqueros, pero siempre se descontrola la batalla y acabamos a pedradas. Si hay sangre, la tarde fue bien. Eso sí, nos cuidamos mucho de entrar en las tierras del tío Roque, porque una cosa es una brecha en la cabeza y otra un tiro con cartuchos de sal: no os imagináis lo que escuece eso. Pero el riesgo de robarle una naranja merece la pena y eso que mi familia tenía huerto propio, pero no es lo mismo. Anochece pronto y volvemos a nuestras casas a restañar las heridas. No hay ganadores ni perdedores. Al día siguiente todos amigos.
   Las cinco de la tarde. Suena el timbre. Hay que hacer un trabajo sobre árboles. La guerra debe esperar. Busco en la biblioteca de mi abuelo y no veo nada aparte de la enciclopedia. Demasiado trabajo buscar información tomo a tomo. Pregunto y me dice que tal vez en la biblioteca del pueblo encuentre algo. ¿Biblioteca del pueblo? ¿Hay biblioteca allí? Parece que sí. En una dependencia del centenario ayuntamiento. Mañana iré.
   Las cinco de la tarde. Suena el timbre. Recorro las calles adoquinadas hasta llegar al vetusto edificio y pregunto a un municipal que hay en la puerta. Me indica una puerta y entro. No es muy grande, pero para mí es enorme. Estanterías repletas de libros desde el suelo al techo. Busco y encuentro: árboles de hoja perenne o caduca, coníferas, frutales, europeos, africanos...demasiados árboles. Abro mi cuaderno de hoja cuadriculada y comienzo a copiar la información. Se hace de noche y vuelvo a casa. Mi abuelo me dice que está muy bien el trabajo y duermo feliz.
   Las cinco de la tarde. Suena el timbre. Los amigos me reclaman para lanzar piedras y para recibirlas. Me quedo pensando y decido volver a la biblioteca. Ya no pregunto. Doy las buenas tardes al municipal y entro. Esta vez no sé lo que busco, pero acabo encontrando unos tomos bien encuadernados de dibujos. ¡Las aventuras de Tintín! ¡Astérix! Cojo uno, me siento y comienzo a leer. Anochece y entra el municipal diciéndome que se hace tarde y que si mi familia sabe que estoy allí. Contesto que no y me invita a marcharme. Vuelve mañana, me dice sonriendo.
   Las cinco de la tarde. Suena el timbre. Me esperan los libros en la biblioteca. Las piedras, las carreras, la sangre y los tiros del tío Roque deben esperar. Ya le conté a mi abuelo que iba a estar allí. Me sumerjo en las aventuras de aquel reportero y de aquellos galos medio locos. Hacía mucho que no disfrutaba tanto. Devoro todo lo que hay con la ansiedad de un niño que no tiene límites. Llega un momento en que no queda nada y los releo.
   Las cinco de la tarde. Suena el timbre. Ya es primavera y la biblioteca se acaba. Vuelvo a las batallas en la huerta. Hay más luz y más sangre. Risas y lágrimas. Pero nada grave. Sobrevivimos todos a aquella época en la que podías comprar tabaco suelto, petardos o ganar un machete en la feria teniendo doce años.
   Las cinco de la tarde. Suena el despertador. Me levanto después de dormir todo el día después del turno nocturno. Me acerco a la farmacia y veo que en el viejo edificio del ayuntamiento sigue instalada aquella biblioteca. Hay un par de ordenadores y Wifi, pero los libros siguen allí. Me acerco al rincón de los libros juveniles y allí están mis viejos compañeros: Tintín, Milú, el capitán Haddock, Astérix, Obélix, Panorámix...
   Las cinco de la tarde. Solo puedo sonreír...

Santi Malasombra

2 comentarios:

  1. Aun recuerdo mi primer libro con ocho años, tras haber leído y releído por influencia de mis hermanos mayores, los comics de la editorial Marvel y muchos cuentos ya acumulados en el cuerpo. Se titulaba "Sadako quiere vivir". Después de eso, la entrada en un mundo de lecturas y aventuras que ahora se ha transformado en todo un proceso de aprendizaje que me ha hecho amar la literatura. Me he acordado de la biblioteca de mi pueblo y de aquel bibliotecario joven que siempre me aconsejaba qué libros leer. Son recuerdos impagables.
    Tu entrada me ha hecho evocar tiempos de niñez y además, me ha hecho sonreir. Entrañable.
    Un abrazo

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    1. Perdón por la tardanza en responder, pero no estoy acostumbrado a recibir comentarios y no me di cuenta de que había uno y, además, tan bonito. Si has sonreído, he cumplido mi objetivo y no podría estar más feliz. Gracias por tus palabras. Un abrazo.

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