domingo, 13 de marzo de 2016

Final feliz

   -Doctor, no estoy bien.
   -¿Qué te pasa, Malasombra?
   -Hacer el mal ya no me sale bien y eso me deprime.
   -¿Ha pasado algo en estos días fuera de lo normal?
   -Pues ahora que lo dice, sí. Monté en el autobús y sólo quedaba un sitio libre. Estaba a punto de sentarse en él una señora embarazada y no lo podía permitir por lo que la aparté y me senté yo. En ese momento el asiento se desplomó. Con la prisas no había visto un cartelito sobre el respaldo que prohibía sentarse. La señora me dio las gracias sonriendo por el favor que le había hecho. Me sentí mal porque mi intención era que ella se quedara de pie y se enfadara por mi descortesía.
   Bajé del autobús dispuesto a redimirme y lo primero que hice fue comprar una careta de monstruo y apostarme en una esquina para asustar al primero que pasara. Pues nada, pasa un tipo, le pego un grito y a a los pocos segundos me da las gracias. Resulta que llevaba varias horas con hipo y yo se lo había quitado.
   Y aquí no acaba la cosa. Me largo enfadado y me encuentro con unas niñas vendiendo galletas para el viaje de fin de curso. Era mi oportunidad de hacer algo realmente malo. Se las robé y salí huyendo, pero tropecé y caí al suelo. Al levantarme me di cuenta de que me estaban grabando con el móvil y me amenazaron con difundir el vídeo si no les pagaba las galletas por el doble de su valor. Tuve que hacerlo y ellas se marcharon muy contentas y, encima, tarareando un tema del Bieber. ¿Se puede ser más desgraciado que yo? Al menos esta vez no me enfadé porque dentro de lo malo había sido testigo de un chantaje, que siempre es bonito, pero claro, no es tan divertido cuando el chantajeado soy yo.
   Pues ya no me quedaba más remedio que acudir a uno de mis grandes clásicos para salvar el día: pegarle a alguien. Entro a un bar dispuesto a armar bronca y pido una cerveza: finjo que está mala y se la tiro al camarero. El tipo se agacha a tiempo y el líquido va a parar a la plancha que en ese preciso momento se estaba incendiando y apago el fuego. ¡Joer! ¡Encima me da las gracias y me invita a otra! Pues no me rindo y le pego un manotazo en la espalda a un cliente para seguir buscando pelea y al darse la vuelta también me da las gracias porque se estaba atragantando y lo había salvado. Para más recochineo, al salir del bar una señora que estaba tomando un café me dice que ojalá hubiese más ángeles como yo por el mundo.
   Ya no podía más, doctor, y me largué a mi casa a llorar. Así me he pasado tres días hasta que decidí venir a verle. ¡Necesito ayuda! ¡Usted es psiquiatra! ¡Haga algo! ¡Buaaaaaaa! ¡Buaaaaaaa!
   -Venga, malasombra, no llores, que lo que te ha pasado tiene explicación.
   -¿En serio, doctor?
   -Sí, hombre, ¿conoces la ley de Murphy?
   -Pues no, conozco la ley mordaza, que es divertida porque coarta algunas libertades y eso me gusta.
   -Pues la ley de Murphy dice que si algo es susceptible de empeorar, lo hará. Eso es lo que te ha ocurrido. Tuviste un mal día y se dieron las circunstancias para que todo te saliese mal, pero la buena noticia es que es algo pasajero y que no ocurre siempre.
   -¿Está seguro, doctor?
   -Claro que sí, Malasombra, puedes marchar tranquilo, que todo volverá a la normalidad.
   -Muchísimas gracias, doctor, ¿cuánto le debo?
   -200€ y es precio de amigo.
   -Aquí los tiene y además le regalo esta figurita de pastorcito que robé de un belén la última Navidad.
   -Pues muchas gracias, amigo.

   Pues parece que el doctor me ha tranquilizado, pero de todas formas he de comprobarlo:
   -¿Policía?
   -Sí, ¿tiene algún problema?
   -Verá, he estado en la consulta de un psiquiatra y resulta que tiene una figurita de un pastor llena de cocaína.
   -Denos el nombre y la dirección.
   -Doctor Freud, calle del Percebe, 13.
   -Gracias por su colaboración.

   Esperé sentando en un banco enfrente de la consulta del doctor y al poco apareció la policía. Minutos más tarde pude ver como se lo llevaban esposado y, por fin, pude respirar tranquilo.
   Si algo he aprendido hoy es que cuando estás abajo del todo sólo puedes subir. No lo olvidéis, queridos amiguitos, y no os rindáis nunca por mal que se pongan las cosas.

   Santi Malasombra
 

domingo, 6 de marzo de 2016

Un domingo cualquiera

   Suena el despertador, lo reviento de un martillazo y me levanto. ¡Es domingo! Bueno, en realidad me da lo mismo porque todos los días son iguales. Lo primero, la ducha: llamo a un esbirro y le ordeno que me traiga a uno de los prisioneros que tengo en las mazmorras del castillo, lo colocan en una pared y le doy un manguerazo de agua con una manguera de esas que usan los señores que apagan incendios. La experiencia me ha enseñado a mantener la presión justa de agua: lo suficientemente fuerte para que el señor prisionero no pueda levantarse, pero que sobreviva para poder reírme otro día de él. 
   Bueno, pues ya he cumplido con la ducha diaria. Ahora toca el desayuno. Hoy me apetece hacerlo en un bar. Salgo con mi flamante coche deportivo de 500 caballos a los que previamente he alimentado con pienso y buena hierba: al contrario que a los humanos, a los animales hay que tratarlos bien, 
   La verdad es que no avanzo mucho porque me parece que la hierba era demasiado buena y los caballos parecen colocados. En fin, voy a ponerles un disco de Bob Marley y llamaré a un taxi. 
   Pues llego al bar y lo primero que veo es a una pareja sentada en un mesa disfrutando del café y de unos churros. No pude ni quise evitar acercarme y decirle a ella:
   -Hola, guapísima, después del otro día no te puedo quitar de mi cabeza. ¡Qué bien lo pasamos! Aunque eres un poquito falsa. Dijiste que era un dios en la cama, que volverías a llamarme y no lo has hecho.
   -¿Pero qué dice usted? ¡No le conozco de nada!
   -Ya, ya, ¿es tu novio?
   -¡No! Soy su marido- dijo él levantándose airado y con ganas de pelea.
   -Mira muchacho, no te enfades, que para ti es un honor que te ponga los cuernos conmigo. 
   Me atacó con toda su furia, pero no contaba con que yo no estaba solo: mis guardaespaldas actuaron enseguida y lo inmovilizaron. Saqué del bolsillo un casco de vikingo que casualmente llevaba encima y se lo puse. Ella también me atacó y me dio unos guantazos que aguanté estoicamente sin defenderme: es el pago por ser maligno.
   Salí del bar y me di cuenta de que no había tomado nada. Es que a veces me despisto. Entonces recordé que muy cerca del aquel bar había una gasolinera que, además, tiene cafetería. Pues dicho y hecho. Me acerqué y les dije al personal que abandonaran el lugar porque estaba ardiendo.
   -¿Qué dice usted? ¡No vemos el fuego!- Contestó uno de ellos.
   -No, pero espere un segundo, señor.
   Saqué un lanzallamas del otro bolsillo y le pegué fuego al sitio. Todos salieron huyendo y aproveché la confusión para prepararme un buen café que degusté mientras observaba el bonito fuego y el humo negro del combustible ardiendo. 
   Pronto llegaron los bomberos y con sus mangueras sofocaron el incendio.
   -¡Buen trabajo, muchachos!
   -Gracias, señor, ¿qué ha pasado aquí? ¿Cuál es el origen del fuego?
   -Bueno, señores bomberos, esa es una historia complicada. Según algunos estudios, el hombre comenzó a dominar el fuego hace como un millón y medio de años más o menos. Lo consiguieron frotando dos palos aunque ya lo conocían por la caída de los rayos sobre los árboles. Pero claro, no sabemos a ciencia cierta si consiguieron controlarlo antes. Pero si me permiten hay otra historia que mola más. Verán, un tal Prometeo, hijo de Jápeto, era un Titán que se mezcló con los humanos y trató de que éstos vivieran mejor. Se dio cuenta de que vivían en cuevas y de que no podían cocinar los alimentos. Entonces, subió al Monte Olimpo donde los dioses se pegaban la gran vida y le pidió a Zeus que le diese un poquito de fuego para los humanos. ¡Ni de coña! dijo Zeus. Entonces Prometeo en un descuido robó una chispa del rayo de Zeus y la bajó a los humanos para que su vida fuese mejor. 
   Zeus se dio cuenta de que en la Tierra había fogatas y decidió encadenar a Prometeo a una montaña como castigo. Yo, personalmente, habría sido más duro con Prometeo. ¿Ayudar a los humanos? ¿De qué vas, payaso? Desgraciadamente, Hércules rescató a Prometeo y como castigo ahora el Hércules está en Segunda B.
   De pronto me di cuenta de que los señores bomberos se habían dormido ante el rollazo que les estaba metiendo. Pues nada, hay que aprovechar las oportunidades: les robé el camión y así ya tengo mangueras nuevas para la ducha de mañana. 
   Es que uno nunca sabe las sorpresas que te puede deparar un domingo cualquiera...

   Santi Malasombra