domingo, 11 de diciembre de 2016

La redacción

   Don Antonio, el profesor de lengua, lo dejó claro: aprovechad el fin de semana y escribid una redacción de un folio más o menos sobre el tema que queráis.
   Pues nada, aquel niño se dejó ir y le salieron como cuatro folios. Era una historia sobre unos pescadores rescatados en alta mar que habían sido atacados por una nave extraterrestre.
   El niño consultó a su abuelo porque le había quedado demasiado larga. No te preocupes y entrega lo que has escrito que el profesor no se enfadará, dijo la sabiduría de aquel anciano.
   Llegó el lunes y entregó la redacción. El profesor se quedó extrañado, pero no dijo nada. Al día siguiente le dijo que le había gustado mucho el derroche de imaginación y que el viernes debía salir a la pizarra y leerla delante de todos. Eso sí, le señaló unos cuantos fallos propios de un niño.
   El viernes llegó y leyó la historia delante de sus compañeros. Al terminar hubo aplausos de esos forzados por la situación. Aquel niño era tímido y no le había hecho gracia ofrecer sus mundos inventados para que toda una clase lo juzgara. Él era más de pasar desapercibido y no le gustaba el protagonismo. Entonces llegó la verdadera bomba: don Antonio le dijo que quería otra historia para el viernes siguiente y que la volvería a leer en público.
   El niño miró al profesor con cara de súplica esperando que captase que no quería, pero o no lo advirtió o quiso forzar a escribir a aquel niño. Más tarde le dijo que debía trabajar con la imaginación para llegar a ser escritor.
   Lo que el profesor no sabía es que aquel niño no quería ser escritor. Sólo escribía y se escapaba a esos mundos inventados huyendo de una tragedia real. Tragedia de la que todo el colegio, todo el pueblo era consciente. Aquel niño disciplinado cumplió el mandato de don Antonio y viernes tras viernes ofreció a sus compañeros historias de náufragos, piratas, batallas, exploradores, extraterrestres...y la historia de un niño que salvó a sus padres...Ésta historia fue la última porque no pudo terminarla. Rompió a llorar delante de todos y sus compañeros de clase quedaron en silencio. Una niña sentada en primera fila se levantó y lo abrazó. Había sido su amiga desde el inicio de las clases. Don Antonio sacó al niño de la clase y le pidió perdón por exponerlo de esa manera. Le explicó que pensaba que obligarlo a escribir le hacía bien, pero que entendía que lo mejor era seguir haciéndolo sin pasar por el trago de leer sus historias delante de todos. El niño no se sintió con fuerzas para seguir y destruyó todas las historias que ordenadamente tenía en un cuaderno.
   El fin de semana pasó y llegó el lunes. Todo siguió con normalidad en el colegio y nadie hizo referencia a lo ocurrido. Es como si no hubiese pasado.
   El curso terminó y llegó el verano y las vacaciones y la playa y todas las cosas propias de un niño de doce años.
   Estoy convencido de que aquel niño se arrepintió muchas veces de haber destruido aquellas historias y de haber tardado tantos años en volver a sentarse delante de una hoja en blanco. No importa qué, pero a escribir aquello que la imaginación o la experiencia le dictara.
   Lo sé muy bien. Aquel niño es el mismo que hoy escribe estas líneas...

   Santi Malasombra
 

2 comentarios:

  1. Milord, me habéis conmovido con tan hermosa historia, que bien podría titularse MALASOMBRA, EL ORIGEN.
    A partir de ahora trabajaré sin descanso hasta encontrar la forma de haceros regresar del Lado Oscuro. Sí, se puede... ¿o no?

    ResponderEliminar
  2. Fue un momento de debilidad...Ya estoy en el lado oscuro, que es mi sitio. Gracias por preocuparse...

    ResponderEliminar