domingo, 16 de abril de 2017

Rey Malasombra (8)

   -¿Cuántos terrícolas hay y dónde están?
   -Aparte de nosotros hay cuatro. Trabajan en el circo y son los encargados de entretener a la sociedad.
   -¿Dónde está el circo?
   -Está en el palacio del emperador.
   -Ya nos encargaremos de ellos, pero ahora vayamos a la comisaría a tomar el poder.

   No tardamos en llegar y el asalto fue mucho más sencillo de lo previsto. entré por la puerta y me encontré de frente al comisario Simplicio. Se llevó tal sorpresa al verme que no pudo reaccionar cuando lo inmovilicé. La agente Guisanta entró inmediatamente y no dijo ni hizo nada. El comisario le ordenó que me disparase, pero ni siquiera lo intento.

   -¿Qué está pasando aquí, agente Guisanta? -Preguntó el comisario.
   -Lo que pasa, comisario, es que estoy harta de usted y de esta vida. El Malvado Malasombra va a dominar nuestro mundo y yo voy a ayudarle.
   -¿Está usted loca?
   -No, lo que estoy es aburrida.
   -Agente Guisanta -Dije mientras la apuntaba con el arma- Deme su pistola y manténgase a un lado.
   -Pero, Malvado Malasombra, si yo estoy con usted.
   -Sí, pero de momento no puedo fiarme del todo. Si su lealtad hacia mí es sincera no tendrá nada de lo que preocuparse.

   Dudó un instante, pero me entregó su pistola. Sumada a la del comisario Simplicio ya tenía tres. había conseguido desarmar a toda la policía del planeta. En la Tierra habría sido un sueño, pero en TornilloAllen no tenía mucho mérito. Carmen y la agente se hicieron a un lado mientras yo ataba al comisario.

   -Bien, comisario, ahora va a colaborar conmigo si es inteligente.
   -No pienso hacerlo, Malvado Malasombra.
   -Agente Guisanta, vamos a comprobar si realmente está comprometida con esta operación. Dele un guantazo al comisario.
   -No sé si seré capaz. Nunca he usado la violencia.
   -Inténtelo.

   La agente lo hizo, pero más que un guantazo pareció una caricia. Lo achaqué a la falta de costumbre y ordené que le diese más fuerte. Así lo hizo una vez más y parece que le gustó porque repitió varias veces mientras la timidez de su rostro se transformaba poco a poco en sadismo. ¿Hay algo más bello que una mujer violenta? Evidentemente, no. Sentí mucho pedirle que parase, pero necesitaba al comisario consciente para el interrogatorio. Carmen se acercó a ella y la apartó delicadamente.

   -Tranquila, Guisi, que te estás emocionado demasiado.
   -Perdona, Carmen, ¿la has llamado Guisi?
   -Sí, Malasombra, es que es mi amiga y la llamo así cariñosamente.
   -Ya, bueno, me parece muy cursi, pero lo entiendo. ¿Quién habrá sido el animal que le puso Guisanta de nombre?
 
   La agente sonrió y asintió.

   -Sí, Malvado Malasombra, odio mi nombre, pero no lo decidí yo.
   -Bien, Guisi, a partir de ahora llámame Malasombra a secas y tutéame.
   -Gracias, Malasombra a secas, es agotador hablar de usted.
   -¿A secas? ¿Te burlas de mí o qué?
   -Sí, me burlo de ti.
   -Vale, ya me habías asustado, pero ahora hemos de hablar con el comisario.
   -¿Podré volver a pegarle?
   -Seguramente.

   Guisi sonrió con malicia mientras el comisario miraba horrorizado y sin decir una palabra. Ya iba siendo hora de que contestara a mis preguntas.
 
   -Comisario, si colabora no le pasará nada. Sé que el ejército dispone de diez efectivos. ¿Dónde están?
   -En el palacio del emperador Lechuguito. Son los encargados de su seguridad.
   -Parece que ese palacio es bastante grande. Tengo entendido que allí también está el circo.
   -Cierto, es la construcción más importante de nuestro planeta.
   -¿Alguna vez ha intentado alguien hacerle daño?
   -No, nunca, nuestro emperador es muy querido y a nadie se le pasaría por la cabeza hacerle algo malo.
   -Eso va a cambiar. ¿Conoce usted alguna forma de entrar en el palacio sin ser visto?
   -Sí, conozco una entrada. hay un pasadizo secreto para que escape el emperador en el caso de que corriese peligro.
   -¿Conoce la agente Guisanta ese pasadizo?
 
   Guisi contestó antes que el comisario:

   -Sí, Malasombra, lo conozco perfectamente. Lleva a una sala donde el emperador duerme la siesta todas las tardes.
   -Entonces, Guisi, no necesitamos al comisario.
   -Pues no, yo sé todo lo que hay que saber.
   -Comisario Simplicio, ha colaborado y ya le dije que no le pasaría nada, pero no me llamo Malasombra por casualidad. Guisi, dale guantazos hasta que te hartes. Carmen y yo esperaremos.
   -¡Qué ilusión, Malasombra! ¡Gracias!

   Guisi se empleó a fondo mientras Carmen y yo nos tomábamos un pincho de tortilla. No habíamos desayunado y no es aconsejable dar un golpe de estado con el el estomago vacío.

   Cuando el comisario quedó inconsciente nos marchamos en busca de ese pasadizo. Yo llevaba las tres armas. Mi mente pensaba a toda velocidad. Lo normal era darle una a Guisi y la otra a Carmen, pero no acababa de fiarme. Supongo que la desconfianza forma parte de mi naturaleza. Yo sería capaz de traicionar a cualquiera por el simple placer de hacerlo y sin pensar en las consecuencias.
   Caminábamos despacio por la calle para no despertar sospechas. Allí estaba yo, el gran Malasombra, junto a dos chicas preciosas y malas a mi lado. Mi ego no se vería alterado porque ya es demasiado grande.

   -Guisi, supongo que el ejército tendrá un jefe. ¿Quién es?
   -El general Chincheto.
   -¿Lo conoces personalmente?
   -Sí, es un tipo bastante extraño, pero inofensivo. No tendrás problemas para acabar con él. Eso sí, tendremos que desarmarlo y a sus hombres también.
   -Ya contaba con eso. Por cierto, Carmen, los terrícolas que están en el circo, ¿saben que tú también lo eres?
   -No, Malasombra, desde que llegué no he tenido la oportunidad de hablar con ellos. Sé que son de la Tierra porque me lo dijo Guisi.
   -Guisi, ¿a qué se dedican exactamente?
   -Tres de ellos vinieron juntos y según me contaron fueron concejales de cultura de distintos ayuntamientos. Estaban en un congreso para optimizar recursos municipales cuando fueron sorprendidos por una tormenta y no les quedó más remedio que refugiarse en un marisquería. Los pobres tuvieron que sobrevivir tres días a base de langosta hasta que lograron salir y fueron acogidos en un club llamado "Momentos" por unas señoritas muy amables que compartieron sus camas con ellos. Al salir del club aparecieron aquí.
   -Ya, ya, Guisi, muy bonita la historia que te han contado. ¡Carmen! ¡No te rías!
   -Carmen siempre se ríe cuando le cuento esta historia, Malasombra. Porque es mi amiga, si no pensaría que se burla de mí.
   -No, Guisi, no me burlo de ti. Ya te dije lo que significaba la versión que te contaron y no me creíste. Eres muy inocente, pero Malasombra y yo te ayudaremos a entender nuestro mundo,
   -Vale, no discutáis. Guisi, ¿cómo se llaman esos tres tipos?
   -Son Pinto, Paredes y Tupido.
   -¿Y el cuarto?
   -Es el músico y toca el piano mientras los otros tres hacen sus numeritos. Según dice fue a una sidrería y al salir se equivocó de casa y apareció aquí. Se hace llamar Ludwig Florentino Bach. Yo no me fiaría de él. Parece el más peligroso.
   -Ya veremos lo que hacemos con ellos. Se está haciendo un poco tarde. ¿Está muy lejos el palacio del emperador?
   -La verdad es que sí, Malasombra. Creo que deberíamos buscar un escondite para los tres. El comisario Simplicio y el agente lentejo están fuera de combate, pero si alguien va a la comisaría y encuentra al comisario lo desatará y avisará al ejército.
   -Tienes razón, Guisi. Lo normal habría sido ocultar al comisario, pero es que está siendo todo tan fácil que decidí darle un poc de emoción a esta operación. ¿Alguna idea, Carmen?
   -En mi casa no nos buscarán, pero solo tengo una cama.
   -Bien, yo dormiré en ella y vosotras dos en el suelo.
   -¡Ehhhhhhhh! ¡Eso no es caballeroso!
   -¿Carmen, de dónde has sacado que soy un caballero? Además, yo tengo las armas.
   -Sí, Malasombra, pero nosotras somos dos y en algún momento te quedarás dormido.
   -Entendido, vosotras en la cama y yo en suelo.
 
   El apartamento de Carmen era como el que nos habían asignado. Me acomodé en el suelo e intenté dormir, pero una mano sobre la espalda me despertó. Era Guisi que se había acostado a mi lado. Sonrió, pero no dijo nada. me besó en la mejilla y me dio las buenas noches. Por supuesto no correspondí al beso, pero la dejé estar. Apenas unos segundos más tarde Carmen hizo lo mismo y así nos quedamos dormidos. En el suelo y frente a una cama vacía. Si me interesaran las relaciones sociales o sentimentales sería un hombre afortunado, pero ¿hay mayor fortuna que la posibilidad de convertirme en rey, en tirano? Definitivamente, no. Y cada vez estaba más cerca de alcanzar mi sueño.

   Continuará...

domingo, 9 de abril de 2017

Rey Malasombra (7)

   La señorita Felicia se calmó un poco y comenzó a explicarme porqué había cambiado su actitud.
   -Malvado malasombra, yo no le mentí cuando nos conocimos. Todo lo que le dije es cierto, pero ayer el agente Lentejo me amenazó para que le contase todo lo que sabía sobre usted. Tengo familia y la utilizó para presionarme. Cuando le dije a usted que el emperador Lechuguito tenía planeado internarlo en el circo lo hice porque el agente Lentejo me lo pidió. Quería ponerlo nervioso y observar su siguiente movimiento. Le hablé de sus planes de conquistar nuestro mundo y se rió mucho diciendo que eso era imposible. También me pidió que conservase la calma y que le tuviese entretenido hasta el día de la supuesta boda. Sí, supuesta porque según él jamás se celebrará. Tienen planeado utilizar la ceremonia como el principio de una fiesta para el emperador. Usted será encerrado en una jaula, la harán girar hasta que se maree y luego le harán caminar para que se caiga. Es un espectáculo que hace muchos años que no se ve y quieren rescatarlo para divertir al emperador y a toda la ciudad.
   -Señorita Felicia, ese es un castigo divertido, pero bastante suave. ¿Hay algo más?
   -No me lo dijo, pero me temo lo peor. Cuentan que los que entran el el circo jamás salen y no se les vuelve a ver.
   -¿Sabe el agente Lentejo que me negué a mantener relaciones sexuales con usted?
   -No, no se lo dije. Pensé que no era necesario porque no lo necesitaba para seguir con usted hasta la boda dado que parecía dispuesto a llegar hasta el final.
   -Eso es cierto y así será. Mañana volverá a llamar al agente Lentejo para que venga y yo me encargaré de él. Si todo sale bien y no me traiciona no tomaré represalias y se convertirá en mi reina. Cumpliré mi palabra.
   -Está bien, ¿cómo lo hará?
   -Cuando llegue lo hará entrar al apartamento diciéndole que no me encuentro bien y que entre al dormitorio a echar un vistazo. Cuando lo haga, yo estaré detrás de la puerta, le golpearé y le robaré el arma. Después huiremos y nos refugiaremos en algún lugar.
   -¿Dónde nos esconderemos?
   -Eso no tiene importancia. Lo importante es que confíe en mí.
   -Malvado Malasombra, tengo mucho miedo.
   -Es normal, señorita Felicia, pero no tiene otra opción. Está usted atrapada entre dos mundos como lo estuvo Ilsa Laszlo.
   -Sí, pero usted no sé si es Rick o Víctor.
   -No, yo soy Malvado Malasombra. ¿Cómo puede conocer a los personajes de Casablanca? ¿Quién es usted, señorita Felicia?
   -¡Joder! ¡Yo soy tonta! ¿Cómo he podido cometer ese error? Mira, tío, yo también soy de la Tierra. Vine aquí hace dos años porque encontré por casualidad la puerta estelar. Me llamo Carmen y soy española. Este planeta es un muermo y quiero salir de aquí, pero no sé cómo. Los tipejos estos prometieron ayudarme si te retenía.
   -Vale, Carmen, ¿qué quieren de mí?
   -Pues nada, pasar un buen rato. Esta sociedad es demasiado aburrida y cualquier cosa les entretiene. Cuando te llevaron a la cárcel me pidieron que me hiciese pasar por prisionera para saber qué querías. Al contarles que tu intención era dominar este mundo pensaron en dejarte creer que podías hacerlo. En este momento están escribiendo todo lo que sucede y luego lo leerán para diversión del pueblo. Tú eres como el protagonista de una historia de juglares.
   -¿No eres ninfómana?
   -Pues no, me gusta el sexo como a todos, pero me alegro de que no quisieras hacerlo conmigo. Al principio me sentí dolida por el rechazo, pero fue un alivio no utilizarlo como arma. Eso tiene un nombre y no me gusta.
   -¿Y a qué te dedicabas?
   -Tenía una mercería y también me sacaba un dinero extra como modelo de publicidad.
   -Bueno, Carmen, me parece que te has metido en un buen lío. Supongo que no habrás oído hablar de mí, pero no bromeaba cuando te dije que iba a dominar este planeta.
   -Sí, claro, lo que tú digas. Aquí son muy disciplinados y adoran al emperador. Es verdad que aparte de las pistolas paralizantes no hay más armas, pero veo imposible que se rindan ante un desconocido.
   -Eso déjamelo a mí. Si quieres volver a la Tierra puedo ayudarte siempre y cuando tú me ayudes a mí.
   -La verdad es que tengo dudas. ¿Sabes cómo volver?
   -Pues no, pero si ellos lo saben obtendré la información. Conozco métodos de tortura de verdad, no como la chorrada esa de girar y caerme mareado. ¿En serio pensaban hacerme eso?
   -Pues sí, en el fondo son muy inocentes, pero no los subestimes. Tiene muy claras sus ideas y no se dejarán someter.
   -Una cosa más, ¿la agente Guisanta es también de la Tierra?
   -No, ella es de aquí.
   -Cuando salí con ella citó una frase de Star Wars.
   -Es que es una de las pocas amigas que tengo aquí y le conté la saga. Yo soy muy aficionada y se la relaté con tanto detalle que es como si la hubiese visto.
   -Cuando te he preguntado quién eras, podrías haber dicho que eras mi padre.
   -¡Muy gracioso! ¿Cómo quieres que te llame? Porque supongo que lo de Malvado Malasombra será una broma. No sabes la de veces que he aguantado la risa cada vez que me dirigía a ti de esa forma.
   -En realidad me llamo Malasombra y añadí lo de malvado porque mola.
   -Entonces, Malasombra, ¿cuál es el siguiente paso?
   -El previsto. Mañana llamas al agente Lentejo y lo reduciré.
   -Lo que tú digas, pero si algo sale mal, diré que me obligaste.
   -Es lo justo. Ahora, vamos a cenar y a dormir.

   Esa noche dormí como un maldito. Eso de que el mal no descansa es una patraña. Los malignos necesitamos estar en plenitud de condiciones para llevar a cabo nuestros planes.
   Carmen llamó al agente Lentejo y apareció enseguida. Yo estaba escondido tras la puerta y al entrar le di un puñetazo y lo dejé inconsciente. Tomé su arma y lo inmovilicé hasta que recuperó la consciencia.

   -Agente Lentejo, ahora vas a responder a mis preguntas o te vuelvo a sacudir.
   -Está bien, Malvado Malasombra, pregunte.

   Le volví a sacudir y volvió a desmayarse.

   -Malasombra, pero si estaba dispuesto a colaborar, ¿porqué le has vuelto a pegar?
   -La costumbre, Cármen, la costumbre. Vamos a desayunar y luego ya veremos lo que hago.

   A la segunda fue la vencida. Su nariz sangraba un poco y su ojo estaba morado, pero eran detalles sin importancia.

   -Agente Lentejo, el comisario Simplicio me disparó una vez y recobré la movilidad a los pocos minutos, ¿cuánto dura la inmovilidad realmente?
   -Dependiendo de la constitución de la víctima entre cinco y diez minutos.
   -Entonces será mejor que le ate las manos. Carmen, ¿aquí hay cuerdas?
   -Sí, pero no en el apartamento. Lo puedes maniatar con jirones de ropa. Voy a hacer unos cuantos.
   -De acuerdo. Agente, según me contaron, entre los policías y los militares suman trece efectivos, ¿es así?
   -Sí, Malvado Malasombra, pero el emperador Lechuguito tiene poderes a los que no podrá hacer frente.
   -¿Qué poderes son esos?
   -El poder de la ley, el amor de su pueblo, el bien...
   -¡Bah! ¡Chorradas! Esos no son poderes, son debilidades.

   Inmovilicé al agente con los jirones de ropa y, junto a Carmen, salí de allí hacia la comisaria con la intención de asaltarla y dar los primeros pasos para convertirme en rey. Por el camino encontré una ferretería y como no tenía dinero robé unas cuantas cuerdas a punta de pistola. Carmen caminaba a mi lado y durante el trayecto tuve que pensar qué hacer con ella y, sobre todo, qué pasaría con la agente Guisanta. ¿Se uniría a mí? ¿Sería fiel al comisario Simplicio y a su deber como policía? Mientras pensaba me vino otra pregunta a la cabeza:
   -Carmen, ¿hay más terrícolas aquí?
 
   No me contestó con palabras, pero su sonrisa sí lo hizo. Había más de los nuestros en el planeta.

   Continuará...

domingo, 2 de abril de 2017

Rey Malasombra (6)

   No dormí demasiado bien, pero por fin llegó la mañana. La señorita Felicia seguía durmiendo y opté por no despertarla mientras llamaba a la agente Guisanta. No tardó en llegar con su encantadora actitud.

   -Bueno, Malvado Malasombra, dígame dónde quiere ir y acabemos cuanto antes. Seguramente acompañarle sea una de las cosas más desagradables que he hecho desde que me convertí en policía.
   -Bien, agente, la verdad es que no sé por dónde comenzar. Recuerde que no conozco TornilloAllen.
   ¿Tienen museos, parques, monumentos o algo digno de ver?
   -Tenemos un parque con un estanque muy profundo. Podría darse un baño y, con suerte, si no sabe nadar tal vez se ahogue.
   -Es usted maravillosa. Pues vayamos al parque. 

   No tardamos mucho en llegar, pero durante el trayecto ninguno de los dos abrió la boca. El silencio fue inquietante. Y no solo por la falta de conversación. Mientras caminábamos no escuché nada. Ningún sonido que delatase a una ciudad que despierta. Solo algún murmullo de aquellos con los que nos cruzábamos. Ya sabía que no había vehículos, pero me di cuenta de que tampoco había luces ni nada que pudiese relacionarse con electricidad. 
   El parque era muy parecido a los de la Tierra. Muchos árboles, pájaros, bancos para sentarse y el gran estanque del que me había hablado la agente. Nadie se bañaba en él. Tenía una gran fuente central con forma de tenedor de la que emanaban chorros de agua limpia. 

   -Pues aquí tiene el parque y el estanque, Malvado Malasombra. ¿Quiere ver algo más?
   -Agente Guisanta, ya sé que no le gusta estar conmigo, pero quiero que nos sentemos un rato. Luego ya decidiré si quiero ver algo más. 
   -Está bien. Lo hago porque me lo han ordenado, pero tenga cuidado con lo que dice. Tengo el arma preparada para inmovilizarlo en cualquier momento y es muy tentador.
   -¿Cómo se llama el arma? Es muy parecida a las pistolas que tenemos en mi planeta.
   -Pues se llama pistola.
   -Aparte de la policía, ¿las tiene alguien más? 
   -Por supuesto que no. Nadie está autorizado a utilizarlas además de nosotros.
   -Supongo que existirá un mercado negro para los delincuentes.
   -No, los pocos delincuentes que tenemos tampoco las utilizan. Únicamente se sabe de la desaparición de una hace décadas, pero no hay constancia de que haya sido usada. Es uno de esos casos misteriosos sin resolver.
   
   La agente Guisanta parecía más relajada, aunque contestaba a mis preguntas con mucha displicencia. La miré a los ojos buscando algún signo que me diera información sobre ella. ¿Apartaría la mirada? ¿La mantendría? ¿Sonreiría? Necesitaba encontrar un su punto débil si es que lo tenía.

   -¿Qué? ¿Porqué me mira así?- Dijo enfadada.
   -Es que tiene usted unos ojos muy bonitos. Su marido o su novio será alguien afortunado.
   -Malvado Malasombra, no le voy a dar ningún dato personal y mucho menos con una maniobra tan burda.
   -Es usted dura de pelar, pero no hace falta que me mire con tanto odio. Aunque el odio puede ser poderoso.
   -Ya, ya, el odio es poderoso- Dijo con sarcasmo- Ahora me dirá que lo alimente y que me deje llevar al lado oscuro.
   -Bueno, deme un respiro. Lo único que pretendía es conocerla un poco mejor. 
   -No es necesario que me conozca. Tal vez después de la boda no volvamos a vernos.
   -Se supone que seguiré encerrado. ¿Es que me van a llevar a otro lugar?
   -Malvado Malasombra, mejor será que cambiemos de tema o que se calle.
 
   Estaba claro que sabía algo de las intenciones que tenía el emperador Lechuguito. ¿Sería cierto lo de que quería exhibirme en un circo? Volvió el silencio hasta que uno de los pájaros se posó en mi rodilla. Era negro con el pico naranja. Un mirlo, evidentemente.

   -Vaya, agente Guisanta, el mirlo no me tiene miedo. 
   -¿Cómo lo ha llamado? ¿Mirlo? 
   -Así se llaman en mi planeta. ¿Qué nombre tienen aquí?
   -Se llaman butifarros y es una de las dos especies de aves que tenemos. La única en libertad. También tenemos gallinas que criamos en cautividad para abastecernos de huevos y poder hacer tortillas de patatas con las que construir edificios.
   -¿Le echan cebolla a la tortilla de patata?
   -¡Claro que no! ¡No somos salvajes! Tenemos cebollas , pero las usamos para hacer llorar en determinadas circunstancias.
   -¿Qué circunstancias?
   -No es asunto suyo. Creo, Malvado Malasombra, que ya va siendo hora de terminar con el paseo. Debería volver a su apartamento. Su futura esposa estará preocupada o celosa.
   -¿Tiene motivos para estar celosa?
   -No, no, no...
   -Ha dicho no demasiadas veces, agente. Se lo voy a preguntar directamente. ¿Está segura de que le caigo mal?

   Esta vez la agente Guisanta tardó en responder, pero un atisbo de sonrisa nerviosa ya me había contestado por ella. No importaba lo que dijese. Su coraza había caído y se dio cuenta.

   -Malvado Malasombra, llevo cuatro años en la policía y me aburro muchísimo. Pensé que usted era un tipo peligroso que podría traer un poco de acción, pero por lo que veo es inofensivo y eso me frustra mucho. Encima se va a casar con la primera chica que conoce y pronto le perderé de vista. Me ha decepcionado muchísimo. 
   -Agente Guisanta, no se le ha ocurrido pensar que tal vez esté actuando y que en realidad sí soy peligroso. Usted debería saber como policía que las apariencias engañan. no me hago llamar malvado Malasombra por casualidad.
   -Eso pensé, pero entonces, ¿cuáles son sus verdaderos planes?
   -No creerá que se los voy a contar en el caso de que los tuviese. ¿Y si me está tendiendo una trampa?
   -No es una trampa. Si está pensando en algo grande me gustaría participar. 
   -Lo tendré en cuenta, pero de momento es mejor que vuelva junto a la señorita Felicia. Quedan unos días para la boda y tendremos ocasión de seguir hablando. Si quiere saber más necesito una prueba de confianza. Piense en ello.
   -Lo pensaré, Malvado Malasombra.

   Caminamos hasta el apartamento en silencio, pero con alguna mirada furtiva adornada con leves sonrisas. La agente se despidió y encontré a la señorita Felicia sentada y leyendo un libro. No había caído en la cuenta de que había libros. Me miró y preguntó:

   -¿Que tal, malvado Malasombra? ¿Cómo ha ido el paseo?
   -Muy bien, señorita Felicia. Fuimos al parque y nos sentamos un rato.
   -¿Te has acostado con ella?
   -¡Claro que no! Ya te dije que no me interesa.
   -¡Vaya dos tontos!
   -Ya, bueno, ¿qué está usted leyendo?
   -El retrato de Dorian Copperfield de Óscar Dickens.
   -Vale, y además de leer, ¿tienen ustedes otras formas de ocio?
   -El circo y la música.
   -¿Conocen el cine y la televisión?
   -¿Qué es eso? 
   -Proyecciones en una pantalla de imágenes en movimiento.
   -No, no hay nada parecido.
   -Bien, señorita Felicia, voy a comer un poco y me echaré una siesta.
   -La siesta sí que la conocemos.
   -Señal de vida inteligente.
   -Acuéstese en la cama y le haré compañía. No se preocupe que no intentaré nada- dijo con la dulce sonrisa que siempre iba con ella.

   Me tumbé en la cama y traté de ordenar mis pensamientos. La señorita Felicia estaba dispuesta a ser mi reina y la agente Guisanta buscaba emociones fuertes. Dos poderosas aliadas para mis planes de dominar TornilloAllen siempre y cuando no me estuviesen tendiendo una trampa. Ya estaba apunto de quedarme dormido cuando recordé algo que me quitó el sueño. En aquel planeta no existía el cine, pero la agente Guisanta lanzó una frase que solo un aficionado al cine puede conocer: 

   "Ya, ya, el odio es poderoso. Ahora me dirá que lo alimente y que me deje llevar al lado oscuro"
   
   -¿No duerme?- Preguntó la señorita Felicia.
   -No, pero puedes hacerme compañía. 
   -Señorita Felicia, cuando los agentes nos acompañaron y miré a la agente Guisanta, usted clavó sus uñas en mi mano. Hoy he estado a solas con ella y al volver no ha mostrado usted ningún signo de celos. Simplemente me ha preguntado si me había acostado con ella como si fuese algo normal. ¿Qué ha pasado entre ayer y hoy para ese cambio de actitud?

   la señorita Felicia se levantó rápidamente y se quedó sentada al borde de la cama. Su mirada ya no era tan dulce y su sonrisa había desaparecido. Puse mi mano sobre su hombro y se giró para abrazarme mientras suplicaba que la perdonase y que me iba a contar la verdad.

   Continuará...