domingo, 24 de septiembre de 2017

El olivo

   El viejo olivo había muerto rodeado de naranjos y limoneros que, como si de soldados en formación se tratara, crecían junto a él. Una bacteria letal había comenzado por secar sus hojas, luego sus ramas y finalmente todo el árbol.
   El olivo fue plantado por el bisabuelo de la familia cuando construyó la casa hacía más de un siglo en aquella modesta finca de huerta.
   Toda la familia se reunió una mañana para retirarlo. El abuelo cogió de la mano a la abuela y contó a su hijo y a su nuera lo nervioso que estaba la primera tarde que pidió relaciones a la abuela, hija del dueño de la finca.

   -Estuve media hora esperando junto al entonces joven olivo y salió el padre de vuestra abuela. Me preguntó sobre mis intenciones y yo le dije casi tartamudeando que era un hombre honrado, trabajador, caballeroso y que pretendía formar una familia. Me contestó que eso estaba muy bien, que tal vez si avanzaba la relación podríamos ir una mañana de caza, porque tenía armas y sabía usarlas.
   -El abuelo no se andaba con tonterías -comentó el hijo.
   -Desde luego que no, pero lo peor fue el tono. Creo que no he sentido más miedo en mi vida. Luego entró en la casa y salió la abuela. Estaba guapísima. Fuimos al pueblo y nos sentamos en el parque. Antes de anochecer volvimos y nos despedimos junto al olivo con un casto beso.
   -Con el tiempo nos casamos -intervino la abuela- y nos mudamos aquí. El abuelo estaba sentado junto al olivo cuando le dije que esperaba un hijo. Ahí estuvo siempre el árbol, siendo testigo de todas las noticias importantes de la familia.
   -Es cierto -aseguró el hijo- aquí os dije que tenía novia, más tarde que me iba a casar con ella y finalmente que íbamos a tener una niña, vuestra nieta.
  
   La nieta de apenas tres años correteaba ajena a todo tras el perro de la casa que, pacientemente, aceptaba los juegos de la niña.

   -Bueno, es la hora. Se me parte el alma verlo así y cuanto antes lo quitemos será mejor -sentenció el abuelo.

   Una motosierra y un tractor hicieron el trabajo y al cabo de un rato sólo quedó un enorme socavón, que fue rellenado con tierra del huerto, y un nudo en el estómago.

   Unos días antes, el abuelo había comprado un olivo de apenas dos años en un vivero. Ocuparía el lugar de aquel viejo amigo que ya no estaba. Dejaría reposar un poco la tierra y lo plantaría al día siguiente.

   Aquella noche hubo una de las mayores tormentas que se recordaban en el lugar. Fue como una canción de despedida. Llegó la mañana y todos se reunieron para plantar el nuevo árbol. El abuelo estaba triste y la nieta lo notó.
  
   -¿Estás triste, abuelito?
   -No, cariño -disimuló el abuelo.
   -Yo, cuando estoy triste, me pongo a jugar.
   -¿Qué te parece si jugamos a plantar un árbol?
   -Sí, sí, sí -se entusiasmó la niña.

   El abuelo hizo un pequeño agujero con la azada, sacó el olivo de la maceta y se lo dio a la niña. Ésta lo metió en el hoyo y echó tierra para tapar los huecos.
   La pequeña se dirigió a sus padres:

   -¡He plantado un árbol! ¡Ahora será mi olivo! -Exclamó mientras saltaba de alegría.

   Todos rieron y la niña salió corriendo perseguida por el perro. El hijo se abrazó a sus padres y les dijo que su mujer tenía algo que decirles. Miró al olivo recién plantado, luego a los demás y con una sonrisa deslumbrante anunció lo que casi se le notaba en la cara:

   -Estoy embarazada, vais a ser abuelos por segunda vez.

   Todos lo celebraron y la abuela miró al olivo.

   -Ya tienes una bonita historia que contar, guárdala y no la pierdas.

   Un leve soplo de viento movió las ramitas del joven olivo...

   Santi Malasombra
  

  

  

domingo, 10 de septiembre de 2017

La nariz roja

   Caminaba cabizbajo por aquella ciudad sin nombre para él. No era más que un lugar de paso y lo único que le hacía levantar la mirada de la acera era encontrar un bar adecuado. No quería entrar en uno que estuviese muy concurrido porque buscaba beber en silencio.
   En todas partes existe ese bar que se niega a evolucionar y continúa con su barra de aluminio y su aroma a café y vino. Finalmente lo encontró y se sentó en uno de los taburetes.
   El viejo camarero ya había visto a muchos como él y en apenas un segundo supo que estaba ante un hombre triste.

   -¿Qué le pongo, amigo?
   -Una copa de whisky sin hielo -respondió.
   -¿De qué marca? -volvió a preguntar el camarero señalando las tres que tenía junto a las botellas de brandy y ginebra.
   -Es igual, ese mismo -dijo señalando uno.

   La copa se llenó con generosidad y bebió más de la mitad de un trago. En el fondo de la barra un jubilado ojeaba un diario deportivo y de vez en cuando comentaba alguna jugada o algún hecho futbolístico con el camarero que respondía con la sabiduría del juez que sentencia. En una de las mesas cuatro tipos jugaban al dominó y otros dos observaban la partida sin decir nada.
   No tardó en acabar la copa y con un gesto pidió otra. La botella volvió a salir de su estantería y adivinó que le esperaba una tarde movida.
   El camarero se sintió en la obligación casi profesional de dar conversación al hombre.

   -¿Usted es de por aquí?
   -No, estoy de paso. -contestó desganado.
   -¿Trabajo?
   -Más o menos, en realidad hace mucho que mi trabajo es mi condena.
   -Todos tenemos alguna en la vida -aseguró el camarero.
   -Es verdad -asintió el hombre antes de apurar la segunda copa y pedir la tercera.
   -Aunque tire piedras contra mi tejado, no debería usted beber tan rápido -dijo el camarero mientras acercaba la botella a la copa.
   -No se preocupe, no le voy a crear ningún problema, no soy de esos que beben y arman escándalo. me marcharé borracho, pero en paz.
   -Bueno, no pretendía ofenderle, es que aquí he vivido de todo.

   El hombre respondió con una sonrisa forzada y fijó su vista en la copa.

   El jubilado del fondo había acabado el periódico y estaba claro que había escuchado la breve conversación y que se moría por entrar en ella. Cualquiera sabe las horas que pasaría en el bar a la espera de cualquier novedad que le sacara de la rutina. Se acercó al hombre con una prestancia que rozaba lo ridículo y dijo:

   -Amigo, hay condenas que duran toda la vida, pero el alcohol no te libra de ellas.
   -Ya, pero tampoco pretendo liberarme de nada, lo único que quiero es olvidar un rato -contestó el hombre delatando su incomodidad.

   El jubilado comprendió que molestaba y se dirigió al camarero:

   -Bueno, voy a ver si saco unas entradas para llevar a mis nietos al circo que van a estar aquí un par de días.
   -Sí, mi hija va a llevar a mi nieta también, actúa "El payaso", dicen que es muy gracioso y los niños se ríen mucho.
   -Antes eran un trío de fama mundial, "Los tres payasos", eran hermanos, pero tuvieron un accidente y sólo quedó uno.

   El jubilado salió del bar y el hombre pidió la cuarta y última copa mientras sacaba su cartera y pagaba. No tardó en acabársela y se despidió con un apagado hasta luego.
  
   -Cuídese, amigo -se despidió el camarero.
  
   El hombre volvió a la acera y encaminó sus pasos hacia el descampado donde se encontraba el circo, se acercó a una gran caravana y entró en ella. Se sentó en el sillón frente a un espejo y una mesa con maquillaje, miró hacia la esquina donde se encontraba la foto de "Los tres payasos", apoyó los codos en la mesa y su cabeza en las manos y lloró. Eran lágrimas de whisky y tristeza que necesitaba sacar de su cuerpo todos los días.

   Se lavó la cara, se secó y se maquilló antes de colocarse la brillante y redonda nariz roja.

   Aquella noche los niños se rieron mucho...

   Santi Malasombra