domingo, 10 de junio de 2018

No creo en la suerte

   Me levanto y voy al bar a tomarme un café. Un hombre entra vendiendo baratijas y le digo amablemente que no compro nada. Él insiste, pero me reafirmo en la negativa. Finalmente coge un llavero del que cuelga un pequeño elefante y lo pone sobre la barra.
   Es un regalo, me dice, para que te dé buena suerte. Evidentemente es un viejo truco de vendedor que cuenta con que no voy a ser tan miserable de no darle nada. Saco unas monedas, veo una de dos euros y se la doy. Bueno, tampoco pasa nada. Se marcha y yo termino mi café.
   Miro a la camarera que lo ha visto todo y después de pagar se lo regalo. Es muy bonito, dice. Me da las gracias y yo salgo camino del trabajo pensando en la anécdota. Yo no creo en la suerte, pero me asalta una duda irracional:
   ¿y si al desprenderme del llavero atraigo la mala suerte? ¡Tonterías! Termino mi turno y al salir descubro que tengo una rueda del coche pinchada. Tardo un rato en cambiarla mientras sonrío nervioso por la extraña coincidencia. En fin, si este es mi castigo, lo puedo asumir.
   Llego a casa y después de preparar la cena, me ducho. Al salir de la ducha, resbalo y caigo al suelo. En principio no parece grave, pero me doy cuenta de que me hecho daño en la mano. ¡Maldita sea! Creo que me he roto algo. Me visto como puedo y llamo a un vecino.
   No tarda en llegar y me lleva a urgencias. Después de una exploración el médico me dice que tengo la muñeca rota. En su informe dice que sufrí un accidente doméstico y el seguro laboral no lo cubre. ¡Podría haberme quedado el maldito elefante!
   Pasan tres días y vuelvo al bar. La camarera no está y pregunto a su jefe. ¿No te has enterado? Le han tocado sesenta mil euros en la lotería y se ha tomado unas vacaciones.Volverá en un par de semanas. Me alegré por ella, pero no dejaba de pensar en aquel llavero.
   ¿Qué habría pasado si me lo hubiese quedado? Bueno, nunca lo sabré. Como no puedo trabajar, todas las mañanas voy a leer al parque del pueblo. Mientras estoy sentado con mi libro se acerca otro hombre con sus baratijas. No compro nada, le digo.
   Insiste y vuelvo a negarme. Entonces saca un pequeño llavero con un elefante y me lo da diciendo que da buena suerte. Lo acepto y le doy dos euros sin dejar de pensar en lo que ocurrió con el anterior. Lo guardo en el bolsillo y sigo leyendo.
   Al terminar veo que en el banco de al lado hay una mujer con un niño pequeño que corretea feliz. La conozco y la saludo. Me pregunta sobre la escayola de mi mano y le cuento lo que me pasó en la ducha. Intercambiamos unas cuantas frases de cortesía y me despido.
   Apenas he dado tres pasos cuando me vuelvo y cojo el nuevo llavero. Toma, me lo ha vendido un hombre y no sé qué hacer con él. Dice que da buena suerte. Me da las gracias y me marcho. Llego a mi edificio y subo en el ascensor. De pronto, se para y me quedo encerrado.
   Pulso el botón de alarma y llamo con el móvil al número de la compañía de ascensores. Dicen que vienen enseguida. Me siento en el suelo y no puedo parar de reír y de repetir:
   ¡Yo no creo en la suerte! ¡Yo no creo en la suerte!

   Santi Malasombra
   

lunes, 19 de marzo de 2018

Día del padre

   Querido papá:
   Escribo esta breve carta para decirte lo orgullosa y agradecida que estoy por todos los momentos felices que me has regalado.
   Recuerdo cuando me dijiste que pegar a mis compañeros de guardería estaba bien y que era mi obligación robar sus juguetes para romperlos.
   Recuerdo cuando me castigó la cuidadora y tú la secuestraste para que pudiese torturarla. Sus gritos de dolor fueron como música para mis jóvenes oídos.
   Recuerdo cuando me expulsaron del colegio y me ayudaste a quemar el edificio. Aquel fuego fue lo más bonito que jamás he visto.
   Recuerdo el revolver que me regalaste cuando cumplí seis años y como jugábamos a la ruleta rusa con los tipos que tú secuestrabas para mí.
   Recuerdo aquella hucha que me diste para meter en ella el dinero que conseguí con mi primer atraco y como tus ojos casi se emocionan cuando te conté que había dejado tres heridos y que la policía no me había pillado.
   Recuerdo emocionada tu mirada de orgullo cuando con ocho años te dije que había dejado atrás los atracos y que quería dedicarme a cosas más productivas como el chantaje y la extorsión.
   Recuerdo como me enseñaste a manejar armas, a forzar cerraduras, a traicionar a mis amigas del colegio, a falsificar tu firma cuando me daban las notas, a colocar cocaína en los coches de los profes que me suspendían para luego dar el chivatazo a la policía.
   Recuerdo la primera vez que te estafé y como me pillaste, pero no dijiste nada para hacerme creer que lo había conseguido.
   Recuerdo las noches que pasábamos juntos al calor de la chimenea mientras quemábamos libros y obras de arte que tú robabas de los museos.
   Recuerdo aquellas mañanas que salíamos juntos a pescar tiburones para luego soltarlos en la playa y como llorábamos de risa cuando mordían a los que se bañaban.
   Pronto cumpliré diez años y he de decirte que no puedo ser más feliz de lo que soy. Sé que no te gusta que hable bien de nadie y que probablemente me castigarás por hacerte tantos cumplidos, pero asumiré las consecuencias y te prometo que seré muy mala el resto del año.

   Tu hija, Malasombrita.