miércoles, 13 de noviembre de 2013

Civismo y buenos modales

   Hay comportamientos incívicos que dejan a las claras que hay personas maleducadas y sin ningún tipo de empatía por los demás. No son más que un atajo de egoístas que solo piensan en sí mismos.

   Hoy tuve que ir a una oficina situada en una décima planta y entré en el ascensor. Estaba ocupado por dos señoras de aspecto encantador y por un señor, por llamarlo de algún modo, fumándose un puro. Resulta que todos íbamos al décimo. Se cierra la puerta y las pobres señoras comienzan a toser. Ese habitáculo cerrado y pequeño no tardó en adquirir un ambiente irrespirable. Ya no pude más y le dije al mamarracho ese:
   -¡Haz el favor, hombre! ¡Apaga el puro! ¿No ves que estás molestando?
   No obtuve ninguna respuesta. Lo único que conseguí fue una mirada de desprecio propia de un impresentable como aquel tipo.
  
   Por suerte llegamos al destino y conseguimos librarnos de aquella antorcha humana y pudimos respirar algo de aire más o menos puro. Debo aclarar que no es lo mismo aire puro que aire de un puro, aunque más que aire es humo. El humo es movido por el aire y donde hay humo hay o ha habido fuego...¡Jo! Ya me estoy dispersando en pensamientos absurdos. Voy a centrarme en el post que estoy escribiendo.

   Entro en la oficina y hago la gestión que tenía que hacer. No viene al caso, pero la gestión consistía en contratar a un señor para que cuidase mi jardín y se encargase de arrancar cualquier atisbo de vida vegetal que en él surgiese. Me relaja ver mi jardín con un manto de tierra baldía y nada más.

   Vuelvo a entrar en al ascensor y seguro que adivináis quién estaba dentro. Eso es. El mismo tipo con su puro humeante y oloroso. También entró una señora acompañada de una niña y de un carrito de bebé que estaba ocupado por un bebé. Por eso se llama carrito de bebé. Si llevase un oso hormiguero, sería un carrito de oso hormiguero.

   Presiono el botón de la planta baja, se cierran las puertas y de nuevo increpo al sujeto.
   -¿No le da vergüenza molestar de esta forma? ¿No ve que la niña está llorando por el humo y el bebé está tosiendo? ¡Maleducado! Como no apague el maldito puro se lo va a comer de un guantazo.

   He de decir que aquel tipo no parecía asustado por mis amenazas. Sonreía con una inquietante maldad. Estábamos llegando a la planta baja y busqué la complicidad en la mirada de aquella señora y sus niños. La miré y le dije:
   -Desde luego, señora, esto lo contamos y nadie se lo cree. ¡Fumarse un puro en un ascensor! ¡Qué asco!
   En ese momento, llegamos a la planta baja, se abren las puertas y la señora me dijo, antes de salir corriendo con su carrito de bebé y su niña:
   -¡Déjeme en paz! ¡No se me acerque!
   La verdad es que me quedé de piedra. Yo había tratado de ser amable y así me lo pagaba aquella mujer. Me giré hacia el tipo del puro que no había salido del ascensor todavía y le dije:
   -La culpa es tuya, asqueroso.
   Ante su desafiante y pertinaz silencio, exploté y le pegué un puñetazo en la boca.

   Entonces, al ver mi mano ensangrentada y con trozos de cristal incrustados en ella, comprendí que acababa de romper el espejo de aquel ascensor.

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