Mañana soleada, mar en calma, paseando por una paradisíaca playa de arenas finas y blancas mientras la suave brisa acaricia mi rostro...¡No podía ser más asquerosa aquella situación!
Uno de mis psiquiatras me había recomendado estos paseos para encontrarme a mí mismo. ¿Será imbécil? Yo sé perfectamente donde estoy y, cuando no lo sé, busco un espejo y me miro. La próxima vez que vaya a su consulta le pegaré una paliza.
Pronto volveré a mis paseos por esos maravillosos eriales plagados de espinas y simpáticos animalitos como escorpiones, arañas y serpientes venenosas. ¡Cómo los echo de menos!
Miré al mar con cara de asco y de pronto apareció una pareja de tiburones que me miraron un tanto desesperados.
-¿Qué queréis?
-Señor Malasombra, usted es nuestra última esperanza. Queremos que nos ayude.
-Pues lo lleváis claro. Ayudar no está en mi vocabulario.
-¡Por favor! ¡Tenemos hambre!
-Si os hubieseis comido a Dori y al padre de Nemo, tal vez me plantearía ayudaros, pero no lo hicisteis y desde entonces no me caéis bien.
-Aquello fue muy complicado. Los señores de Pixar no nos dejaron, pero sepa que estamos muy arrepentidos por dejar escapar al maldito payaso y a la desmemoriada aquella.
-¿Seguro que estáis arrepentidos de haber renunciado a vuestros instintos?
-De verdad, señor Malasombra.
-Bueno, tal vez pueda perdonaros aquel lamentable error. Por cierto, ¿cómo sabíais quien era yo?
-Nos habló de usted un gran tiburón blanco y, al ver su cara ante un bonito paisaje, supimos que estábamos ante el gran Malasombra.
-Bien, saludadle cuando lo veáis.
-Falleció hace tiempo. Un tipo llamado Brody disparó a una botella de oxígeno que tenía entre sus fauces y acabó con el pobre.
-¡Vaya! Descanse en paz. Siempre se van los mejores. Recuerdo con mucho cariño a aquel magnífico tiburón. Al menos se llevó por delante a unos cuantos humanos antes de caer. Ya me vengaré del tal Brody ese. Otro más a mi extensa lista de enemigos.
-Entonces, ¿nos ayudará?
-Sí, pero me debéis una...