domingo, 8 de mayo de 2011

Malasombra tiene hambre

       Buenos días. La verdad es que hoy me he levantado con hambre, como todos los días...¡Menuda novedad! Necesito sugerencias y como no puedo recurrir a Santi, que no es mal cocinero, pero tiene un repertorio culinario bastante limitado, me dirigí a casa de una jovencita que conocí en el Twitter.
       Al llegar a su puerta estuve a punto de tocar el timbre. Menos mal que no lo hice, porque a mí me gusta ser original. Contraté a una horda de vikingos y con un ariete arremetí contra la puerta.
       Apareció asustada y horrorizada, pero se tranquilizó al verme. Sabía que iba a ponerle una puerta nueva. No era la primera vez que entraba en su casa de esta forma.
       -Hola Malasombra, hacía tiempo que no aparecias por aquí -dijo con su dulce voz-
       -Ya ve usted, señorita Alicia, es que necesito una sugerencia para comer y usted siempre tiene buenas ideas.
       -Malasombra, puedes tutearme, que hay confianza.
       -Ya lo se señorita Alicia, pero la trato de usted porque se que le molesta.
       -¡Muy gracioso! ¡Asqueroso impresentable!
       -Muchas gracias por sus piropos, es usted muy amable. Pero, ¿que me sugiere?
       -Malasombra, podrías cortarte un trozo de lengua y así, además de alimentarte te envenenarias.
       De pronto, apareció un conejo en el salón que interrumpió nuestra bonita conversación. Al verlo, la señorita Alicia corrió tras él y yo me uní a la persecución. No se cómo, pero aparecimos en un mundo extraño. Bueno, para mí no tanto, porque en mis delirios solía visitar lugares imposibles. El conejo seguía corriendo y Alicia lo alcanzó por fin. Estuvo hablando con él y parece ser que le advirtió de mis intenciones, porque el animal me miró con desconfianza.
       -No se preocupe señor conejo, que no sufrirá -dije con voz socarrona-
       En ese momento aparecieron unos soldados algo extraños. Eran naipes que tenían vida. Me invitaron a jugar una partida al mus y acepté encantado, aunque no tengo ni idea de jugar a las cartas. Los juegos dicen que son divertidos, por eso los odio.
       Nos sentamos a la mesa y comenzó la partida. ¡Qué inocentes eran esos naipes! Antes de que pudiesen reaccionar, arrebaté a la sota de espadas su arma y me abalancé sobre el conejo. De un certero golpe acabé con su vida, cumpliendo mi promesa de que no sufriría. Murió en el acto entre los brazos de la señorita Alicia. Al ver que estaba llorando recogí algunas de sus lágrimas, que son saladas, para rectificar el punto de sal en el caso de que fuese necesario.
       Entre insultos abandoné aquel lugar, contento y feliz con mi presa. Una vez en mi castillo sólo me quedaba decidir cómo cocinaría el conejo. Finalmente opté por hacerlo con arroz. Lo que no entiendo es porqué la señorita Alicia me ha retirado el saludo.

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