Se presentó ante mí y dijo.
-¿Qué tripa se te ha roto? ¿porqué quieres verme?
-Hija mía, estoy un poco aburrido y quiero pasar un rato contigo. Vamos a dar un paseo.
-No me apetece nada -contestó- pero como tú pagas las facturas te seguiré.
-Buena chica, quiero decir...mala chica. Así me gusta.
Nos acercamos a un parque y nos sentamos en un banco. Pero al cabo de cinco minutos de no ver nada interesante, nos miramos y me pidió permiso para gastar una broma.
Ordenó a uno de nuestros criados que le proporcionase unas cuantas chinchetas y pegamento instantáneo. Las colocó en bancos vacios y al cabo de un rato nos echamos unas risas viendo a las personas que se pinchaban y que no podían levantarse. ¡Por fin nos estábamos divirtiendo!
-Hija, la bromita no es nueva, pero siempre es divertida. Podemos volver a casa y tú puedes continuar con lo que estabas haciendo.
-Muy bien padre, estaba haciendo un puzzle a tamaño real de un bicho legendario. Tal vez necesite un avión de carga, muchas palas y 50 ó 60 empleados.
-Daré las órdenes oportunas para que dispongas de lo que necesites.
De vuelta en el castillo mi hija se dirigió a sus aposentos en uno de los taxis que teníamos dispuestos en los pasillos. Yo me quedé en la galería de tiro. Unos artistas habían recreado con cera a un grupo de tunos y me apetecía ametrallarlos. El día transcurrió dentro de la normalidad, pero cuando llegó la noche me surgió una pregunta: ¿Para qué querría mi hija el avión, las palas y tantos empleados?
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