Una pareja recién casada trataba sin éxito de tener un hijo, pero la esposa no conseguía quedarse embarazada. Decidieron adoptar un cachorro de pastor alemán al que cuidaban y querían como si fuese un hijo. El perro vivía feliz y sus dueños siempre estaban pendientes de él. Con el tiempo se convirtió en un ejemplar enorme y en una ocasión salvó a la pareja del ataque de unos ladrones. Era un perro fiel y dispuesto a defender a sus amos de cualquier peligro.
La pareja, por fin, consiguió tener un hijo y, lógicamente, estaban muy contentos con él. Le dedicaban todas las atenciones y todo su amor. A su vez, disminuían las atenciones hacia el perro, los paseos eran cada vez más cortos y el pastor alemán se sintió relegado. Comenzó a tener celos del bebe y ya no era tan cariñoso.
Un día dejaron al niño durmiendo en su cuna y salieron a la terraza a cenar, aprovechando la buena temperatura. El marido entró al piso a buscar algo de vino y vio horrorizado, como el perro salía de la habitación de su hijo con la boca llena de sangre y moviendo el rabo de felicidad, como hacía en los viejos tiempos. El hombre sin pensarlo dos veces cogió un arma que tenía y disparó al perro, matándolo en el acto. Entró corriendo en la habitación del niño y allí estaba: Durmiendo plácidamente en su cuna y, a los pies de ésta, una enorme serpiente con la cabeza destrozada a mordiscos.
Sin duda, la moraleja es que no hay que juzgar antes de tiempo.
Esta fábula la escuché hace muchos años. La he recreado acudiendo a la memoria. Seguramente habrá más versiones por ahí, pero el espíritu de lo que cuenta es el mismo.
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